(José Pedro Tosaus se incorpora a nuestra web. Cuando le parezca bien escribirá aquí. Amigos de juventud, José Pedro es padre de familia, con su mujer Yolanda participa activamente en una comunidad cristiana. Muy bien preparado intelectualmente disfrutaremos de sus aportaciones. Además sigue a Jesucristo de la mano de Teresa de Jesús. Muchas gracias de antemano)
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En las últimas décadas se está produciendo en Europa en general, y en España en particular, un abandono silencioso y masivo de la Iglesia. También se nota en mi comunidad parroquial. La gente se marcha. Lo hace por cansancio, por desencanto, por escándalo, por un cierto “encapsulamiento” en “sus cosas”…
Estas razones inmediatas y personales, combinadas de mil formas, se cimientan sobre otras más de fondo. Por ejemplo: los escándalos y las contradicciones internas de la Iglesia; el ambiente social de indiferencia, e incluso de hostilidad, frente a la religión (especialmente la cristiana); el creciente individualismo en que vivimos inmersos en los países europeos; el ritmo agobiante de vida al que nos vemos sometidos con cada vez más frecuencia por las circunstancias económicas y sociales…
De este modo vivimos, individual y colectivamente, una situación que se asemeja a la que vivieron los discípulos de Jesús antes y sobre todo después de su muerte: algunos de ellos sentían simpatía por Jesús, pero la mantenían en secreto, sin unirse a la comunidad (como Nicodemo o José de Arimatea); otros, como el apóstol Tomás, se distanciaron temporalmente de los demás discípulos; muchos seguidores de Jesús atraídos por sus signos lo abandonaron por cuestiones doctrinales (por ejemplo, después del discurso llamado del “Pan de vida”, en el evangelio de Juan) o por miedo (tras el apresamiento, juicio y ejecución de Jesús); los de Emaús se marcharon desencantados de Jerusalén porque pensaban que todas sus esperanzas habían sido vanas; algunos, con Pedro a la cabeza, se volvieron a “sus cosas”, a su viejo oficio, la pesca; durante muchos días, desanimados y faltos de horizontes, se mantuvieron encerrados por miedo a los judíos…
Pero Jesús Resucitado va en busca de sus discípulos y los va reuniendo, uno por uno. Primero a las mujeres, que temieron menos acercarse a la muerte y al sepulcro de Jesús. Luego a los demás. A todos se les muestra intensamente vivo, les convence de que es él mismo (conserva las huellas de las torturas que lo llevaron a la muerte), aunque todos aprecian en él un cambio desconcertante: Jesús no ha vuelto “atrás”, a la vida anterior a la cruz, sino que ha pasado “adelante”, a la vida de un cuerpo elevado a un plano superior por el poder de Dios. Pese a las reticencias de los discípulos, Jesús reanima su esperanza y les encomienda una misión. Para cumplirla, sin embargo, necesitarán aún que el Espíritu Santo descienda sobre ellos en Pentecostés. Cuando esto suceda, el Espíritu infundirá en lo más hondo de sus almas la fuerza de Jesús Resucitado y todos ellos “nacerán de nuevo”. En esta nueva vida, que será necesariamente una vida comunitaria, se moverán hacia horizontes también nuevos: aquellos hacia los que los impulse el Espíritu de Jesús.
También a nosotros nos busca el Resucitado: en el amor fraterno; en el evangelio de cada día; en lo más íntimo de nuestro ser; en la oración personal y comunitaria; en los sacramentos, especialmente en el de la Reconciliación y la Eucaristía; en la liturgia de este tiempo pascual en que vamos desgranando meditativamente los distintos aspectos de su Resurrección; en las personas y circunstancias cotidianas de nuestra vida, nuestra familia, nuestra parroquia y nuestro mundo; en el proceso sinodal puesto en marcha por el papa Francisco y en el cual participamos; siempre, y especialmente, en los “últimos”, los crucificados como él…
¿Te has encontrado con Jesús Resucitado? ¿Qué te pide? ¿Qué nos pide como comunidad parroquial? ¿Qué les pide a nuestros grupos y comunidades más pequeñas? ¿Hacia qué nuevos horizontes quiere enviarnos en misión?
En este encuentro con el Resucitado, como decía santa Teresa de Jesús, no se trata de pensar mucho, sino de amar mucho, y de dejarnos llevar de la mano por Jesús a donde Él quiera conducirnos.
Está claro, sin embargo, que no basta con lo que cada uno podamos hacer individualmente. Es necesario que nos reunamos para hablar y discernir cuál es la voluntad de Dios para nosotros como comunidad ahora.
Ojalá el Señor consiga iluminarnos y movernos para que juntos sepamos hacer su voluntad.
José Pedro Tosaus
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