(En las puertas de la Navidad, invito a todos los que quieran a unirse en oración, con la meditación preparada por las Carmelitas Descalzas de Florida (Uruguay). Los paréntesis (…) indican los tiempos de silencio. La imagen fue realizada aproximadamente a mediados del siglo II y, por lo tanto, esta pintura sería la más antigua que se conserva referida a la Virgen María. ¡¡¡ Feliz Navidad a todos !!!)
En uno de los momentos más duros de la vida de Juan de la Cruz, cuando lo tenían preso en la cárcel oculta, pequeñísima, casi nada iluminada, de un convento de Toledo, es cuando él es capaz de escribir parte de sus más bellas obras. En el dolor, en la oscuridad, en la total incertidumbre en que se encontraba, fray Juan canta el misterio de Dios en poesía. Con los ojos cerrados, se abre por entero a la contemplación de Dios, plenitud de Amor, que le desborda….
Hoy queremos orar con su oración, dejar resonar dentro nuestro su profunda experiencia de Dios… contemplar el misterio de un Dios que no para de buscarnos, de querer meternos dentro de sí, de realizar una unión plena… de desposarse con nosotros.
….
Estamos en las puertas de la Navidad. Dios se hace bebé, se hace niño que llora, que necesita amor y cuidado. Se hace uno de nosotros. ¿Y por qué? ¿Quién es este Dios que contemplamos hoy crecer en el vientre de María?
1. En el principio moraba
el Verbo, y en Dios vivía,
en quien su felicidad
infinita poseía.
5. El mismo Verbo Dios era,
que el principio se decía;
él moraba en el principio,
y principio no tenía.
(…)
Y así la gloria del Hijo
es la que en el Padre había
y toda su gloria el Padre
en el Hijo poseía.
Como amado en el amante
uno en otro residía,
y aquese amor que los une
en lo mismo convenía
con el uno y con el otro
en igualdad y valía.
Tres Personas y un amado
entre todos tres había,
y un amor en todas ellas
y un amante las hacía,
y el amante es el amado
en que cada cual vivía;
que el ser que los tres poseen
cada cual le poseía,
y cada cual de ellos ama
a la que este ser tenía.
Este ser es cada una,
y éste solo las unía
en un inefable nudo
que decir no se sabía;
por lo cual era infinito
el amor que las unía,
porque un solo amor tres tienen
que su esencia se decía;
que el amor cuanto más uno,
tanto más amor hacía.
En el llamado Romance de la Trinidad, Juan de la Cruz nos canta en poesía la misma vida y obra de Dios. ¿Quién es este Dios al que tanto deseamos contemplar?
Nuestro Dios, canta Juan, es Amor… es comunión de Amor. Es Padre amando y derrochándose por entero a su Hijo, y es Hijo que habitando en el Padre, acoge todo para volverse a entregar a Él en una continua salida de sí. Nuestro Dios es Amor comunicado, en movimiento, en donación y acogida contante, es diálogo, es Espíritu.
(…)
Y en esa eternidad… ¿qué se dicen Uno a Otro? Es contemplando que Juan de la Cruz puede intuir y hacer verso aquel diálogo eterno; reconociendo que solo algo (lo que se nos ha revelado) es lo que podemos entender. Ya que es comunicación que nos excede… es amor que nos supera.
En aquel amor inmenso
que de los dos procedía,
palabras de gran regalo
el Padre al Hijo decía,
de tan profundo deleite,
que nadie las entendía;
sólo el Hijo lo gozaba,
que es a quien pertenecía.
55. Pero aquello que se entiende
de esta manera decía:
-Nada me contenta, Hijo,
fuera de tu compañía;
y si algo me contenta,
en ti mismo lo quería.
El que a ti más se parece
a mi más satisfacía,
y el que en nada te semeja
en mí nada hallaría.
65. En ti solo me he agradado,
¡Oh vida de vida mía!.
Eres lumbre de mi lumbre,
eres mi sabiduría,
figura de mi sustancia,
en quien bien me complacía.
Al que a ti te amare, Hijo,
a mí mismo le daría,
y el amor que yo en ti tengo
ese mismo en él pondría,
en razón de haber amado
a quien yo tanto quería.
-Una esposa que te ame.
mi Hijo, darte quería,
que por tu valor merezca
tener nuestra compañía
y comer pan a una mesa,
del mismo que yo comía,
porque conozca los bienes
que en tal Hijo yo tenía,
y se congracie conmigo
de tu gracia y lozanía.
-Mucho lo agradezco, Padre,
el Hijo le respondía-;
a la esposa que me dieres
yo mi claridad daría,
para que por ella vea
cuánto mi Padre valía,
y cómo el ser que poseo
de su ser le recibía.
Reclinarla he yo en mi brazo,
y en tu ardor se abrasaría,
y con eterno deleite
tu bondad sublimaría.
La creación, la humanidad, cada uno de nosotros, es fruto de aquel diálogo de amor entre el Padre y el Hijo. Existimos porque es tanto el amor de Dios, que se desborda. No hay otra razón ni explicación. Hoy estamos aquí porque el Padre quiso regalar al Hijo una esposa… alguien más con quien comunicar esa infinidad de amor. Alguien más, para más amar y donarse. Alguien más, para que conociendo el amor y los bienes que fluyen entre Ambos, participe de ellos y se goce con ellos. El Padre se deleita tanto en el Hijo que nos crea para mostrarnos la belleza del Hijo y para que con Él le amemos con el Amor que El mismo pondría en nuestro corazón. Y el Hijo acepta el plan del Padre, para que haya más quienes conozcan la bondad del Padre y se abrasen en el fuego de su Amor.
(…)
-Hágase, pues -dijo el Padre-,
que tu amor lo merecía;
y en este dicho que dijo,
el mundo criado había
palacio para la esposa
hecho en gran sabiduría;
(…)
diciéndoles que algún tiempo
él los engrandecería.
y que aquella su bajeza
él se la levantaría
de manera que ninguno
ya la vituperaría;
porque en todo semejante
él a ellos se haría
y se vendría con ellos,
y con ellos moraría;
y que Dios sería hombre,
y que el hombre Dios sería,
y trataría con ellos,
comería y bebería;
y que con ellos continuo
él mismo se quedaría,
hasta que se consumase
este siglo que corría,
cuando se gozaran juntos
en eterna melodía;
porque él era la cabeza
de la esposa que tenía,
a la cual todos los miembros
de los justos juntaría.
que son cuerpo de la esposa,
a la cual él tomaría
en sus brazos tiernamente,
y allí su amor la diría;
y que, así juntos en uno,
al Padre la llevaría,
donde del mismo deleite
que Dios goza, gozaría;
que, como el Padre y el Hijo,
y el que de ellos procedía
el uno vive en el otro,
así la esposa sería,
que, dentro de Dios absorta,
vida de Dios viviría.
Desde toda la eternidad hemos sido soñados por Dios para vivir su Vida. Esta es nuestra gran vocación. Desde toda la eternidad el Padre determinó entregarnos al Hijo, hacerlo uno de nosotros, para que compartiendo todo lo nuestro y morando entre nosotros nos dé a conocer la grandeza que somos y a la que nos llama.
Dios quiere tratar con nosotros, compartir la vida sentado a la mesa… a nuestras mesas de lo cotidiano. Quiere quedarse con nosotros. Y más, nos dice fray Juan, Dios quiso asumir nuestra carne, abrazar nuestra fragilidad, nuestro límite, para hacernos a nosotros participar de su misma Vida, ya aquí en la tierra; y de su mismo gozo, la felicidad de amar. Dios nos crea para vivir un amor que nos trasciende.
(…)
Nuestro padre Juan de la Cruz fue un apasionado de Dios al descubrir el deseo que tiene El de unirse plenamente a cada uno de nosotros, de que seamos de verdad libres en el amor. Pero nosotros no podemos. ¿Cómo ser uno con él cuando la distancia es infinita? ¿Cómo desposarnos con quién existía desde el principio y trasciende y está en todo? ¿Cómo hacer alianza con el que es Amor por esencia, cuando es tan limitado nuestro corazón?.
El Padre con amor tierno
de esta manera decía:
-Ya ves, Hijo, que a tu esposa
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había
En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;
el cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.
-Mi voluntad es la tuya
-el Hijo le respondía-,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía,
y a mí me conviene, Padre,
lo que tu Alteza decía,
porque por esta manera
tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia,
justicia y sabiduría;
irélo a decir al mundo
y noticia le daría
de tu belleza v dulzura
y de tu soberanía.
Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,
y sacándola del lago
a ti te la volvería.
Contemplamos el pesebre.
Es Dios que como amante se hace semejante a su amada. Que baja, que se pone a nuestra altura para que podamos mirarlo a los ojos y descubrir su permanente mirada. Cara a cara, Esposo y esposa.
Es Dios que nos esta buscando. Que nos está diciendo que nuestra propia humanidad es el lugar de encontrarnos con El, es el lugar del desposorio.
Es el Hijo que viene a contarnos, a “darnos noticia”, de la locura del amor del Padre por cada uno de nosotros, de la “belleza y dulzura” de Dios. Nos viene a buscar el Esposo. Nos está buscando constantemente. Viene a tomar sobre sí nuestras fatigas y trabajos, nuestros cansancios, nuestras preocupaciones. Viene a llenarnos de la Vida de Dios. A meternos en Dios.
(…)
Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenía sólo Padre,
ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía.
Este maravilloso Misterio se realizó, dice fray Juan, por el consentimiento de María. Por el Sí de María. El Padre no nos fuerza. Nos muestra su Amor y nos deja libres para elegirlo o no. Él se hace necesitado de nuestro sí para que el misterio se renueve en el mundo de Hoy. Solo nuestro sí a su Amor, nuestra acogida al Dios que viene en lo sencillo de cada día, que habita dentro nuestro, en nuestra humanidad que tiembla, que es frágil, que no lo tiene todo resuelto. Él no nos pide nada. Solo que le acojamos al modo en que Él nos quiere visitar.
(…)
Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en un pesebre ponía,
entre unos animales
que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio
que entre tales dos había.
Pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía.
Y el Hijo de Dios nace. Y ese nacimiento, dice Juan de la Cruz, es el gran desposorio de Dios con el hombre. Somos una sola carne con Dios. Dios nace abrazando nuestra humanidad. Y siendo, a la vez El, abrazado por nosotros en los brazos de María. Él se deja acariciar, cuidar con ternura, llevar en las entrañas. Siendo El quien nos hace vivir cada día, quien sostiene y hace crecer nuestra vida.
Él nos toma “en sus brazos tiernamente”, introduciéndonos en aquel mismo abrazo de Amor que se dan a cada instante el Padre y el Hijo. El Padre nos soñó ahí para siempre, deseando que nos dejemos tomar.
(…)
Y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.
María contempla y está admirada (pasmada, dice el Santo) al ver la locura de Dios que abraza nuestra carne, incluso y especialmente con sus llantos, para llenarnos de su alegría. Estamos a pocos días de la Navidad. Contemplemos como ella, la grandeza de Dios en el llanto y pequeñez de Jesús. Dejémonos inundar de este Dios que no viene a imponerse desde arriba, sino que necesita ser amado, recibido, que se pone en mano de los hombres, pequeño, vulnerable.
Dios quiere compartir nuestra vida y que nosotros vivamos la suya. Él toma nuestros llantos, y nos regala su alegría.
Deja un Comentario