Continuamos reflexionando acerca de M 6.11 siguiendo el post último.
De las moradas quintas a las séptimas pasamos de la muerte a la resurrección en Jesucristo, es decir, asimilamos el misterio Pascual. En las quintas, de la mano del Espíritu Santo, aprendemos a entregarnos cada día, a abandonar nuestro yo en los brazos del Padre, “muerte sabrosa”. La sextas son una etapa intermedia, entre la muerte y la resurrección. Son las moradas del amor De Dios a nosotros y las moradas de la Pasión de Cristo y del comienzo de la resurrección.
Por una parte, nos sumerge en el sufrimiento propio y del mundo; por la otra nos asegura la compañía de Cristo resucitado amándonos y haciéndose presente de diversas maneras. Ha llegado el momento de integrar el sufrimiento propio y ajeno, de aceptarlo desde la cruz de Cristo, de comprender la ausencia del Señor en la esperanza de su regreso, de aceptar la persecución y la injusticia, -porque un buen seguidor de Cristo ha de compartir la Pasión sufrida por su Señor-, de bajar de nuestras cruces para resucitar con Jesucristo, de hacerlo extensible a otros procurando por todos los medios que bajen a los que podamos de sus cruces.
Por la otra, nos asegura la constante compañía del Espíritu Santo, dándonos pruebas del amor incondicional de Cristo. El momento culminante -dijimos- lo encontramos en los capítulos 4 al 6, con la conciencia de sabernos amados por el Señor, en su perdón y olvido (los arrobamientos en el capítulo 4). El vuelo de espíritu, o posibilidad de volar al interior de Dios saliendo de nosotros mismos y ver desde fuera nuestra realidad y la del mundo. Teresa nos recuerda al comenzar la pena sabrosa que estamos en pleno vuelo (M 6.11.1). No lo olvidemos. La alegría de sabernos amados y nuestra opción por el servicio a los demás (M 6.6). Para continuar con la presencia constante de Cristo en su Humanidad (M 6.7), las visiones intelectuales (M 6.8), las imaginarias (M 6.9) y la suspensión en Dios, o conocimiento intuitivo de las verdades de fe (M 6.10).
El conjunto de las sextas moradas relatan experiencias de muerte y resurrección, a veces las viviremos con espacios de tiempo, separadas, momentos de dolor y momentos de alegría, y otras veces juntas. La intensidad y la fuerza varían según las personas o los acontecimientos. Su primer biógrafo y amigo íntimo, el jesuita Francisco de Ribera, nos dejó dicho en su primera y mejor biografía que veía muy difícil para el común de cristianos llegar a la intensidad vivida por Teresa. Dicho esto, estoy convencido de que nos ofrecen una forma de vida adulta para los cristianos de cualquier tiempo y sea cual sea la fuerza con que las vivan. Nos enseñan una forma de vivir en cristiano.
No las vivimos en escalera, es decir, una detrás de otra, se van mezclando a lo largo de la vida, o también por temporadas. Los momentos cumbre y más difíciles de entender y vivir la pena sabrosa será cuando se junte con fuerza un gran sufrimiento y, al mismo tiempo, una alegría y paz profundas. Para eso sí hace falta una gracia especial del Espíritu Santo. He conocido personas cristianas capaces de juntar dos contrarios. En concreto el de una viuda feliz en su matrimonio, con la desgracia de perder un hijo. Dada su fe adulta era capaz de verse atravesada por una espada, junto a una paz profunda nacida de su fe firme en la resurrección de su hijo. El relato de la transverberación en Vida, resumida en moradas, será -como veremos-, la plasmación literaria en esa imagen (hecha escultura por Bernini), donde la pena sabrosa llega a su exaltación.
La palabra “pena” de Teresa la amplío a otra, “muerte”, y busco en la Biblia inspiración. Según aprendo del biblista Santiago Guijarro (en su libro recomendable “El camino del discípulo. Seguir a Jesús según el evangelio de Marcos”, Salamanca 2015), los seguidores de Cristo han de hacer dos conversiones.
La primera cuando son llamados uno a uno a seguirle; la segunda, en Cesarea de Filipo al ser preguntados por ¿”quién dicen los hombres que soy yo? Pedro responde: “Tú eres el Mesías”. En tres ocasiones les anuncia la Pasión y las tres son rechazadas por los discípulos. Pedro le increpa y Jesús le responde “Ponte detrás de mí”, (traduce Santiago, igual a la primera llamada “Venios detrás de mí”; cf Mc 8,32-33); en la segunda reconocen que iban comentando quién de ellos sería el más importante (9,34); en la tercera Santiago y Juan quieren un sitio preferente en su Reino (Mc 10, 35-41). Viven en la lógica del poder, de ser el más importante, de ocupar los primeros puestos. Aceptan las propuestas del mundo, no la de Jesús.
A la primera llamada a seguir a Jesús responden de inmediato, dejan todo y le siguen. La segunda conversión a la que son llamados el grupo de discípulos, y la “gente” que le sigue. Ninguno está dispuesto a seguir a Jesús por ese camino. No entienden que los valores del mundo en la comunidad de Jesús “deben ser sustituidos por el servicio (la palabra se repite tres veces), que llega hasta la entrega de la propia vida (…) Jesús es el modelo y seguirle implica aceptar un cambio radical tanto en el horizonte de la propia vida como en los valores que la gobiernan” (El camino del discípulo, p. 65).
En la interpretación teológica de las sextas moradas que vengo realizando la segunda conversión corresponde a las moradas sextas. El creyente debe incorporar a su vida la lógica misteriosa de la Pasión de Cristo y seguir sus pasos desde el dolor y sufrimiento del mundo y propio. No hay otro camino hacia la resurrección. Ni el dolor ni el sufrimiento hay que buscarlos, vienen de improviso, unas veces aceptado y elegido y otras impuesto por la realidad.
No estoy seguro, incluso dudo, de que Teresa fuera consciente de lo que estoy diciendo. Sí estoy convencido de no falsificar su pensamiento y debemos buscar sus huellas escritas para estar convencidos y ofrecerlo a los creyentes. O asimilamos el dolor de la humanidad y el nuestro desde la Pasión de Jesucristo, o a nuestra fe le falta algo esencial.
Adelanto algo propio de Teresa a explicar en otros post: solo bajando a los infiernos de la vida se puede terminar de aprender la solidaridad y la compasión. Nunca olvidemos el mayor fruto aportado por ella a la humanidad: la fundación de pequeños “palomarcitos“, pequeñas luces frente a la oscuridad del mundo. Ella pasó por todo lo que estamos diciendo antes de fundar, es más, fue la causa última de las Fundaciones.
Comentarios anteriores a las sextas moradas podían haber quedado sin una comprensión suficiente. Me refiero al don recibido de Cristo cuando comienza a volar. Al “vuelo de espíritu” de M 6.5. En él destacamos dos textos ahora adquieren su verdadero significado. Los copio:
“Quizás le responderá lo que a una persona que estaba muy afligida delante de un crucifijo en este punto, considerando que nunca había tenido qué dar a Dios ni qué dejar por El: díjole el mismo Crucificado, consolándola, que El le daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión, que los tuviese por propios, para ofrecer a su Padre. Quedó aquel alma tan consolada y tan rica, según de ella he entendido, que no se le puede olvidar; antes cada vez que se ve tan miserable, acordándosele, queda animada y consolada.” (M 6.5.6).
La noche oscura teresiana de M 6.11 se hace realidad el apropiarse de la Pasión del Señor. Con otras palabras, el don recibido se hace vida en la vida de Teresa cuando advierte que su sufrimiento está ligado al de su Señor. Y se da en el contexto de una “llamada”, similar a la hecha a los discípulos. El conjunto de las sextas son una “llamada”. A diferencia del evangelio de Marcos (comentado arriba), la asimilación del sufrimiento y su vinculación con la Pasión son consecuencia de una regalo de su Señor. Un regalo del Amor incondicional ofrecido en M 6.4.
Cuando Teresa ha sido capaz de volar, es decir, despegarse de la realidad para verla a distancia, “le daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión”. La llamada a la segunda conversión en Teresa es el resultado de una historia de amor. En algún momento los amantes han de vivir la vida del otro como propia. Amor entendido como una danza eterna de entrega y recepción, el “yo en tí y tú en mi” que culmina en las séptimas moradas. ¿Hay algo más penoso en la vida que la muerte por crucifixión reservada a los esclavos y a los no judíos? Pero Teresa acepta el regalo sabiéndose amada de raíz, volando de alegría hacía las entrañas de Dios. ¿Hay algo más sabroso? En el capítulo 11 de las sextas moradas vemos realizada la pena sabrosa para un cristiano, la llamada a seguir a Jesús incorporando el sufrimiento de las víctimas y el suyo desde la Pasión.
Hay más. Se ha comprometido en desposorio espiritual al saberse amada hasta la entrañas (seguimos en en “vuelo de espíritu”). Los novios han contraído una unión para siempre, Jesucristo y ella serán amigos íntimos para siempre. A pesar de no vivir juntos pueden compartir regalos. El Esposo debe compartir con su amada lo más íntimo, lo más misterioso, su sufrimiento. Copio el párrafo entero:
“Habiendo un día hablado a una persona que había mucho dejado por Dios y acordándome cómo nunca yo dejé nada por El, ni en cosa le he servido como estoy obligada, y mirando las muchas mercedes que ha hecho a mi alma, comencéme a fatigar mucho, y díjome el Señor:
«Ya sabes el desposorio que hay entre ti y Mí, y habiendo esto, lo que Yo tengo es tuyo, y así te doy todos los trabajos y dolores que pasé, y con esto puedes pedir a mi Padre como cosa propia».
Aunque yo he oído decir que somos participantes de esto, ahora fue tan de otra manera, que pareció había quedado con gran señorío, porque la amistad con que se me hizo esta merced, no se puede decir aquí. Parecióme lo admitía el Padre, y desde entonces miro muy de otra suerte lo que padeció el Señor, como cosa propia, y dame gran alivio” (R 51).
Ya puede mirar como cosa propia la Pasión de su Señor y unirla con su vida. Al Padre le parece muy bien y ella siente “gran alivio”. Una vez más la pena se convierte en sabrosa. Conocemos su insistencia en las primeras moradas, el consejo reiterado por leer y meditación la Pasión de nuestro Señor. Ahora descubrimos su finalidad última: conocer la pasión, apropiarnos de ella como un gran regalo y vivirla en carne propia desde la vida de cada uno.
Haciendo referencia a la transverberación en M 6.11.2, Teresa termina en el olvido: “que por el tiempo que dura es imposible tener memoria de cosa de nuestro Señor”. El origen de esta extraña afirmación la encontramos en 6.1.8: “cuando tras estos vienen unas sequedades, que no parece que jamás se ha acordado de Dios ni se ha de acordar”. Luego detrás de cada noche hay una experiencia humana. Las sequedades son familiares en su historia. Podían suceder por distracciones en la oración cuando la mente se monta sus películas; o como consecuencia de su soberbia tal y como nos explica en las moradas terceras, cuando se cree la divina pomada por ser cristiano. En las etapas místicas sucede cuando el Señor se oculta y ni viene definitivamente ni te mueres para verlo. A consecuencia de la pena quisiera morirse. Y va vinculando sus vivencias con la Pasión de su Señor.
De este modo, el capítulo 1 de las sextas va a explicarnos su situación en el momento de redactar moradas. Y en algunas de ellas veremos la contrapartida, o paso de la pena al gozo. Junto a la pena (muerte) encontramos un punto sabroso (resurrección). El dolor lo va asimilando unida a la Cruz y a la Resurrección.
Así, sufriendo murmuraciones y calumnias descubre a un defensor: “Su Majestad da esfuerzo a quien ve que le ha menester, y en todo defiende a estas almas, y responde por ellas en las persecuciones y murmuraciones, como hacía por la Magdalena, aunque no sea por palabras, por obras” (6.1.12).
Me hace gracia leer que lo más parecido al infierno en esta vida es tropezar con un mal confesor: “Comencemos por el tormento que da topar con un confesor tan cuerdo y poco experimentado, que no hay cosa que tenga por segura: todo lo teme, en todo pone duda, como ve cosas no ordinarias; en especial, si en el alma que las tiene ve alguna imperfección (que les parece han de ser ángeles a quien Dios hiciere estas mercedes, y es imposible mientras estuvieren en este cuerpo), luego es todo condenado a demonio o melancolía” (6.1.8-9).
La respuesta resucitada llega enseguida: “ningún remedio hay en esta tempestad, sino aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo” (6.1.10).
En conclusión, el Castillo Interior es una historia de amor adulto definida como “pena sabrosa”. La verdad de la vida con lo que tiene de sufrimiento se interpreta desde la Pasión del Señor. De manera simultánea, vamos descubriendo las huellas de un defensor (Espíritu Santo) capaz de iluminar las sombras con su Amor.
El fundamento lo encontramos en una oferta de amor incondicional de Dios a aceptar o rechazar. Incluso me atrevo a opinar que llegara un día, sin tardar mucho, que haremos de las sextas y las séptimas el centro de la nueva evangelización, el kerigma. Un pasar de la muerte a la resurrección en esta vida desde un Amor tan grande que es capaz de dar la vida. La teología de Urs von Balthasar y la hoja de ruta del Papa Francisco (La alegría del Evangelio)así lo proponen.
En una segunda conversión asume el sufrimiento nuestro y de otros para conducirlo a una nueva vida resucitada. Las primeras alegrías de cielo pueden vivirse en este mundo si vamos acompañados del Espíritu de Cristo. A pesar de todo.
(Continuará)
(Foto de Ivan Samkov en Pexel.com. Música de Richard Strauss, Muerte y Transfiguración.
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