
Nos queda claro que la “puerta de entrada al castillo es la oración” (relación de amistad). Partiendo de la experiencia y de descubrir nuestra necesidad de entrar en el castillo, hay que empezar a obrar. “Callar y obrar” dice San Juan de la Cruz. Quizás tenemos que empezar sin mucho conocimiento, digerir de a poco lo que vamos viviendo, e ir reconociendo y ubicando los contenidos a los que vamos acercándonos. Caer en la cuenta de ese Dios que siempre ha estado ahí, esperándonos. “Si el alma busca a Dios, mucho más la busca su amado a ella”.
Somos seres sociales, por lo tanto esas obras se pueden empezar a realizar en las relaciones con los semejantes, algo que todos tenemos posibilidades de cultivar. Y la oración se va extendiendo de lo íntimo a lo interpersonal, a la comunidad. Teresa nos descubre la oración, como vida en relación. Como amistad.
Hay que profundizar, no quedarnos en la superficie, peligro de hoy en día que nos “seduce” a todos. Pasamos como por encima de las cosas y nos cuesta a veces seleccionar. Noticias, lecturas, artículos, navegamos sin ahondar en nada. Y toda relación o proceso amoroso necesita un anclaje, un período de maduración, no es un “tip” más para ver qué tenemos que hacer, no es una receta. El amor es cuestión de raíces, no de superficie. Y nos va centrando. Dios quiere que cada uno creemos nuestro “perfil”, totalmente personal e individual. Justamente la clave no está en el hacer, sino en el SER. Esto es un compromiso personal, y una actitud vital. Lleva su tiempo y paciencia. Algo que hoy en día parece que no tenemos.
No esperemos a tener todo claro; oremos, obremos, y al final la luz se hace. El camino ya está hecho, pero a la vez es único para cada uno. Los místicos son “re-creadores” de la persona. Cada uno tiene que construir poco a poco su propio “castillo interior”. Pero no puede quedar descolgado de la vida diaria, ni escindido, sino integrado, implicando la transformación de toda la persona.
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