Como todos los días, Sergio me propone tres piezas musicales para disfrute y oración. La última es la que puedes escuchar ahora.
De mi estancia en Roma guardo un recuerdo imborrable, haber podido escucharla al mismo Bernstein en directo, con este mismo adolescente cantando una mezcla del salmo 2 con el 23.
Fue tal la emoción al terminar, en un auditorio lleno a rebosar, que pasaron unos segundos interminables de silencio en la sala, hasta que llegó un aplauso cerrado con el publico en pie.
Se lo debo al querido don Pedro, ecónomo del Colegio Español de Roma, él se encargaba de comprar las entradas a los que éramos aficionados a la música.
La pregunta a responder es la siguiente:
¿Cómo convertir la música en oración?
Explicaré mi experiencia. En mi opinión, una cosa es escuchar música y otra orar con ella.
Cada día tiene su música, podemos seguir el tiempo litúrgico o bien atender a nuestra situación personal; si necesito alegría o paz, música silenciosa (la que no molesta el pensar, o acompaña la lectura).
Por ejemplo, ahora es tiempo de seguir las dos pasiones de Bach, Mateo y Juan, y no es tiempo de escuchar del mismo compositor las cantatas de navidad.
Solo hay dos tipos de música, la buena y la mala. La elección de una música buena, sea cual sea el género, es algo personal e intransferible. Una vez elegida la música que nos va a acompañar un día, o varios, la escuchamos varias veces. Por una sencilla razón, porque es esencial que se quede grabado en la mente algún fragmento.
Desde el mismo momento en que comienza la audición, repetida varias veces como un mantra, hacemos un acto libre de estar en compañía de Jesucristo, para que lo escuchado se memorice. A partir de entonces, estamos rezando.
A continuación sucede algo que no sé explicar muy bien. El alma y todas su potencias, memoria, entendimiento y voluntad reciben a dos invitados de categoría, Jesucristo y la música, que comienzan a resonar dentro y nos acompañan.
Estoy hablando de música en la ducha de la mañana, aunque cualquier momento del día sirve.
Cuando dejas de escucharla y te incorporas al quehacer diario, resulta que nos sigue acompañando por la calle o en medio de cualquier trabajo, porque el cerebro la va repitiendo. Si te olvidas, o te distraes, Jesús llama a la música y la música llama a Jesús.
Estás en presencia del Señor. Nadie se entera, nadie puede descubrir tu secreto. Jesús y la música están ahí, haciendo su labor. La “loca de la casa”, la imaginación, que no deja de incordiar y produce miles de pensamientos al día, se ve constreñida por este gran vecino que es Jesucristo, “el huésped divino” lo llama Teresa de Jesús.
Seguimos apoyados en la música que sigue sonando en el interior y nos mantiene en la presencia de Dios. Y así pueden pasar horas o días. En cuanto el descuido se haga presente, no tienes que hacer otra cosa que llamar a la música y volver a escucharla; y como la música había quedado unida a la presencia de Jesús, vuelves a estar en oración.
Me parece que es beneficioso para el cerebro y educa la mente, o por decirlo de otra manera, nos distrae de otros pensamientos y mantiene una buena higiene mental. El cerebro admite dos interlocutores, favorece que no hables contigo mismo todo el tiempo y tienes al mejor compañero de viaje, Jesucristo, muchos ratos contigo.
¿No es una bonita manera de practicar las cuartas moradas con todo lo que hemos dicho sobre ellas, en especial el “sueño de las potencias”? Más aún, creo que cada morada tiene su música, podemos hacer unas moradas musicales si elegimos una adecuada para cada una. Es una especie de breviario musical aplicado a las moradas.
En cuanto escuchas esa música, o la enchufas en tu mente porque la has memorizado, puedes estar meditando la morada en cuestión. Como solo la voluntad queda “cautivada” por el amor, no te molesta si quieres hacer otras cosas. Nos ayuda a que Marta y María caminen juntas como venimos explicando en el “sueño de las potencias”.
Termino con unas conclusiones:
El AMOR, en cualquiera de sus manifestaciones, unido a la BELLEZA, sea cual sea su presentación, son camino seguro hacia Dios.
No sé si la poesía puede hacer el mismo itinerario; desde luego, la pintura, sí, porque lo he practicado con mi hermano Carlos en Roma viendo cuadros de nuestro pintor favorito, Caravaggio, un cuadro por día, porque estas cosas necesitan tiempo. Su pintura, el tratamiento de la luz, los pies sucios de las personas sagradas, guardan mucha relación con las moradas. Algunos de sus cuadros quedan tan grabados que siempre puedes actualizarlos en la mente.
También la naturaleza y, sobre todo, las personas. ¿Hay algo más delicioso que contemplar la carita de un recién nacido? Y de ahí a la belleza de cualquier persona, porque todos han sido creados y criados a imagen y semejanza de Jesucristo muerto y resucitado.
Con san Benito recordamos que en sus monasterios el huésped es el mismo Jesucristo.Y en estos tiempos recios de muerte y ruina, cualquier enfermo, fallecido, personal sanitario o gente que nos ayuda en la cuarentena, son el mayor canto a la belleza y a la solidaridad del ser humano.
Como dice mi amigo Pepe Vidal, este mundo es “vivible” porque ha sido visitado por el mismo Dios en su hijo Jesucristo.
(Y si alguien considera que lo escrito excede a la razón lúcida, se ruega ponerse en contacto con mis hermanos para que tomen las medidas adecuadas. Y si alguno puede enriquecer o aportar algo a lo dicho, hágalo con confianza. No siempre la edad que reza en el carnet de identidad se corresponde con la edad del corazón. Se puede ser siempre un joven deseoso de aprender; aunque, por la edad esté de sobras en la zona de alto riesgo).
Comentario
Lo he probado y es fantástico, aunque tendré que mejorar y repetir para hacerlo costumbre. Gracias Padre Antonio