
Esta primera virtud recorre casi todas las paginas de los escritos teresianos. Intento explicarla de la manera más sencilla: el ser humano arrastra desde su origen una tendencia al mal llamada pecado original; en su combate contra el demonio Jesucristo nos liberó de cualquier determinación al mal, devolviéndonos la libertad para combatirlo; por el bautismo entramos en el mundo del Dios Amor y Justicia, y fuimos liberados de esa esclavitud. Sin embargo, quedó en nosotros una debilidad, una flojera, estamos ”apachurraos”, dicen en México, “enguañangaos” escuché entre los Boricuas. Necesitamos una inyección de vitalidad, de fuerza.
Para Teresa esa fuerza, desde nuestra debilidad, nos la da el mismo trato con la Humanidad de Cristo a través de la oración vocal, de meditación y de los sacramentos. Es algo interior, imperceptible al comienzo, capaz de hacernos enfrentar con valentía las vicisitudes de la vida. De ahí nacerán las ganas de vivir, de amar y servir a los demás, la perseverancia, la capacidad de abrir los ojos a la vida y denunciar las injusticias, de comprometernos en causas justas, en definitiva la fuerza para amar. Seremos fuertes en el Fuerte nos dirá en las séptimas moradas.
Algunos textos teresianos
Desde el final del itinerario para saber dónde vamos, ser una cosa con el Fuerte:
“y cómo la compañía que tiene le da fuerzas muy mayores que nunca. Porque si acá dice David que con los santos seremos santos, no hay que dudar, sino que, estando hecha una cosa con el Fuerte por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se le ha de pegar fortaleza, y así veremos la que han tenido los santos para padecer y morir” (M 7.4.10).
”Esto quiero yo, mis hermanas, que procuremos alcanzar, y no para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir: deseemos y nos ocupemos en la oración” (M 7.4.12).
Cristo es el Fuerte de donde nos viene la fuerza a los flacos:
”Querríalas mucho avisar que miren no escondan el talento, pues que parece las quiere Dios escoger para provecho de otras muchas, en especial en estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos” (Vida 15.5).
La primera manifestación de esa fuerza que da la vida espiritual está en la determinación de perseverar en ella:
”Ahora, tornando a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida, cómo han de comenzar, digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo, como muchas veces acaece con decirnos: «hay peligros», «fulana por aquí se perdió», «el otro se engañó», «el otro, que rezaba mucho, cayó», «hacen daño a la virtud», «no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones», «mejor será que hilen», «no han menester esas delicadeces», «basta el Paternóster y Avemaría» (Camino 21.2).
En conclusión, la fortaleza nos viene de Cristo:
“Acaecióme otras veces verme con grandes tribulaciones y murmuraciones sobre cierto negocio que después diré, de casi todo el lugar adonde estoy y de mi Orden, y afligida con muchas ocasiones que había para inquietarme, y decirme el Señor: ¿De qué temes? ¿No sabes que soy todopoderoso? Yo cumpliré lo que te he prometido (y así se cumplió bien después), y quedar luego con una fortaleza, que de nuevo me parece me pusiera en emprender otras cosas, aunque me costasen más trabajos, para servirle, y me pusiera de nuevo a padecer” (Vida 26.2).
Deja un Comentario