1.- El contexto del arrobamiento en Vida
Al terminar de explicar las cuatro formas de regar el huerto, (le llaman tratadillo de oración), Teresa retoma el discurso de su vida (capítulos 22-31), donde se reconocen las diferentes experiencias de las sextas moradas. A partir del capítulo 32 comienza el relato de la primera fundación en Ávila, justo después de contarnos su particular bajada a los infiernos (que corresponde con M 6.11). Descubrir el sufrimiento en su forma más cruel, el infierno, aumenta “los ímpetus grandes de aprovechar almas” (V 32.6).
Comienza a preguntarse qué podría hacer, “no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéramos de nuestra parte” (V 32.7). “No sosegaba mi espíritu, mas no desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía que era de Dios, y que le había dado Su Majestad al alma calor para digerir otros manjares más gruesos de los que comía” (V 32.8).
“Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese” (V 32.9).
La idea de fundar algo nuevo no la tiene ella, sale a relucir en una conversación con varias religiosas y seglares: “Ofrecióse una vez, estando con una persona, decirme a mí y a otras que si no seríamos para ser monjas de la manera de las descalzas, que aun posible era poder hacer un monasterio. Yo, como andaba en estos deseos, comencélo a tratar con aquella señora mi compañera viuda que ya he dicho, que tenía el mismo deseo” (doña Guiomar de Ulloa; V 32.10).
Deciden “encomendarlo mucho a Dios”. Su Señor irrumpe en sus preocupaciones y en estas conversaciones íntimas que mantiene con Él entiende la orden de hacerlo:
“Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el monasterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase San José, y que a la una puerta nos guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor” (V 32.11).
Tiene la certeza de que se lo ha dicho el Señor, pero no repite las palabras exactas al no tener seguridad de reproducirlas con exactitud. Como Teresa vive feliz en la Encarnación duda, le parecía “ponía apremio” y era cosa de gran desasosiego ponerlo por obra. Nunca las palabras interiores se llevan a la práctica sin consultar, a pesar de que el Señor le habla con frecuencia, “Mas fueron muchas veces las que el Señor me tornó a hablar en ello, poniéndome delante tantas causas y razones que yo veía ser claras y que era su voluntad, que ya no osé hacer otra cosa sino decirlo a mi confesor, y dile por escrito todo lo que pasaba” (la Relación se ha perdido V 32.12).
El confesor también tiene dudas y la remite a su provincial, quien admite la idea. Consulta a fray Pedro Alcántara con respuesta positiva. Poco tarda en hacerse público en la ciudad y comienzan las dificultades, “No se hubo comenzado a saber por el lugar, cuando no se podrá escribir en breve la gran persecución que vino sobre nosotras, los dichos, las risas, el decir que era disparate. A mí, que bien me estaba en mi monasterio” (V 32.14).
Por supuesto, las conversaciones con Jesucristo no las cuenta a nadie, salvo a su confesor o elSeñor se lo manda: “Estando así muy fatigada encomendándome a Dios, comenzó Su majestad a consolarme y a animarme. Díjome que aquí vería lo que habían pasado los santos que habían fundado las Religiones; que mucha más persecución tenía por pasar de las que yo podía pensar; que no se nos diese nada. Decíame algunas cosas que dijese a mi compañera; y lo que más me espantaba yo es que luego quedábamos consoladas de lo pasado y con ánimo para resistir a todos. Y es así que de gente de oración y todo, en fin, el lugar no había casi persona que entonces no fuese contra nosotras y le pareciese grandísimo disparate.” (V 32.14).
Ante el escándalo organizado el provincial se vuelve atrás “y así mudó el parecer y no la quiso admitir” (V 32.15). En su monasterio de la encarnación tampoco estaba bien vista, “estaba muy malquista en todo mi monasterio” (V 33.2). Las monjas la critican, ella calla: “como no había de decir lo principal, que era mandármelo el Señor, no sabía qué hacer (…) Yo, como me parecía había hecho todo lo que había podido, parecíame no era más obligada para lo que me había mandado el Señor, y quedábame en la casa, que yo estaba muy contenta y a mi placer. Aunque jamás podía dejar de creer que había de hacerse, yo no veía ya medio, ni sabía cómo ni cuándo, mas teníalo muy cierto” (V 33.2).
La seguridad de lo escuchado en las sucesivas conversaciones es más fuerte que cualquier persecución. No una vez sino muchas el que va a ser su Esposo la consuela con palabras tan impresas que las escribe:
“Mas el Señor, que nunca me faltó, que en todos estos trabajos que he contado hartas veces me consolaba y esforzaba -que no hay para qué lo decir aquí-, me dijo entonces que no me fatigase, que yo había mucho servido a Dios y no ofendídole en aquel negocio; que hiciese lo que me mandaba el confesor en callar por entonces, hasta que fuese tiempo de tornar a ello. Quedé tan consolada y contenta, que me parecía todo nada la persecución que había sobre mí” (V 33.3).
Descubre la importancia de sufrir persecución, aumentan los ímpetus de Dios, los deseos y “mayores arrobamientos”; le advierten del peligro de la Inquisición en estos “tiempos recios” sin darle la menor importancia. Sigue consultando a sus amigos dominicos hasta que decide vivir en silencio durante “cinco o seis meses (…) Yo no entendía qué era la causa, mas no se me podía quitar del pensamiento que se había de hacer” (V 33.7).
Nueva consulta con un jesuita dubitativo, mientras los deseos de Dios seguían creciendo. El Señor vuelva a la carga al cabo de esos meses de silencio, insistiendo en la necesidad de comenzar a hacer algo, “comenzó el Señor a tornarme a apretar que tornase a tratar el negocio del monasterio” (V 33.10).
Al final “no se osaron atrever a estorbármelo”. Ya tiene la autorización. Está sola, muy sola, su única compañía es el Señor y su amiga seglar doña Guiomar de Ulloa. Compran una casa muy “chica” y comienza la aventura, “pasé tantos trabajos y algunos bien a solas”. A veces se queja: “Algunas veces afligida decía: «Señor mío, ¿cómo me mandáis cosas que parecen imposibles? que, aunque fuera mujer, ¡si tuviera libertad...!; mas atada por tantas partes, sin dineros ni de dónde los tener, ni para Breve, ni para nada, ¿qué puedo yo hacer, Señor?» (V 33.11).
No tiene dinero “sin ninguna blanca”, se le aparece san José (a quien tienen gran devoción heredada de Laredo, por un capítulo dedicado a él en su libro Subida al monte Sión, titulado “Josefina”); el Señor le recrimina tantas quejas: “y acabando un día de comulgar, díjome el Señor: Ya te he dicho que entres como pudieres. Y a manera de exclamación también me dijo: ¡Oh codicia del género humano, que aun tierra piensas que te ha de faltar! ¡Cuántas veces dormí yo al sereno por no tener adonde me meter!” (V 33.12).
También viene en su auxilio santa Clara, de quien heredará su concepción de la pobreza evangélica: “El día de Santa Clara, yendo a comulgar, se me apareció con mucha hermosura. Díjome que me esforzase y fuese adelante en lo comenzado, que ella me ayudaría. Yo la tomé gran devoción“ (V 33.13).
Observamos la importancia que tiene la eucaristía en la vida de santa Teresa, con frecuencia le suceden hablas o apariciones durante la misa y más en concreto en el momento de la comunión.
2.- La novia engalanada
Así llegamos al momento culminante, suceso acaecido en el monasterio de santo Tomás, y reproducido en el post anterior (V 33.14). Estaba recordando sus pecados pasados durante la misa cuando “Vínome un arrobamiento tan grande, que casi me sacó de mí”. Es decir, tiene un fuerte éxtasis amoroso (el mundo del éxtasis lo explicaré con más detalle en el siguiente post). Estando así alguien la viste, “me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me la vestía”.
Descubre a la Virgen María hacia el lado derecho y a san José al izquierdo, “Después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me vestían aquella ropa”.
Recopilamos de momento: en medio de la eucaristía sucede un arrobamiento muy particular. La visten san José y María. Desde que Teresa comienza a experimentar la presencia de “alguien” que le acompaña, al lado derecho siempre se trata de Jesucristo, con visión intelectual -la mayor parte de las veces-, o imaginaria. Únicamente en esta ocasión María está al lado derecho, porque es su madre y san José su padre. Al lado izquierdo puede ir acompañada de multitud de personas vivas o fallecidas, sus padres, algún santo predilecto, o el gran amigo de madurez, Jerónimo Gracián.
Desde que quedó huérfana de madre, la virgen María ocupa su lugar. En esta situación tan especial la presencia de María significa que la están vistiendo para el matrimonio, porque siempre es la madre quien viste a la novia en muchos lugares de España.
“Dióseme a entender que estaba ya limpia de mis pecados”. Lo mismo que en M 6.4, con una diferencia, aquí se añade el vestido de boda y las joyas, algo suprimido en moradas, ausente también en el capítulo 20 de Vida y en la Relación 5 (fechada por los editores en Sevilla, 1576; al no aparecer ni el perdón de los pecados, ni el vestido de novia, creo que debe datarse antes del matrimonio espiritual de 1572).
Sigamos leyendo: “Acabada de vestir, y yo con grandísimo deleite y gloria, luego me pareció asirme de las manos nuestra Señora: díjome que la daba mucho contento en servir al glorioso San José, que creyese que lo que pretendía del monasterio se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos; que no temiese habría quiebra en esto jamás (…). Parecíame haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso, asida una cruz a él de mucho valor. Este oro y piedras es tan diferente de lo de acá, que no tiene comparación; porque es su hermosura muy diferente de lo que podemos acá imaginar, que no alcanza el entendimiento a entender de qué era la ropa ni cómo imaginar el blanco que el Señor quiere que se represente, que parece todo lo de acá como un dibujo de tizne, a manera de decir.
Una vez vestida, María la enjoya, un collar de oro con una cruz. El color del vestido es blanco. Las imágenes celestes las ve con un blanco mate, satinado. Tampoco las joyas tienen el mismo color eu las de aquí.
A continuación nos explica la imagen de María. No encuentra parecido a ninguna de las que ha visto en estampas o cuadros. La ve entera, antes le había dado las manos, vestida de blanco, llena de una luz suave. El rostro entero de muy buena forma. Y muy niña, el cielo rejuvenece a las personas. La aparición de san José es intelectual, sin imagen, con conciencia de su presencia:
“Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque por figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta la hechura del rostro, vestida de blanco con grandísimo resplandor, no que deslumbra, sino suave. Al glorioso San José no vi tan claro, aunque bien vi que estaba allí, como las visiones que he dicho que no se ven. Parecíame nuestra Señora muy niña”.
La narración remite a imágenes plásticas que se pueden imaginar con facilidad. En el retablo del altar de la casa natal en Ávila se puede contemplar una reproducción escultural del arrobamiento (ver abajo). Nuca había estado en medio de tanta gloria y alegría.
“Estando así conmigo un poco, y yo con grandísima gloria y contento, más a mi parecer que nunca le había tenido y nunca quisiera quitarme de él, parecióme que los veía subir al cielo con mucha multitud de ángeles”.
Las consecuencias de esta experiencia mística son similar a las anteriores, un deseo grande de hacer algo por Dios, no dudar de lo sucedido y mucha paz:
“Quedé con un ímpetu grande de deshacerme por Dios y con tales efectos, y todo pasó de suerte que nunca pude dudar, aunque mucho lo procurase, no ser cosa de Dios. Dejóme consoladísima y con mucha paz”.
El capítulo termina con una conversación con la virgen María acerca del encaje jurídico del nuevo monasterio:
“En lo que dijo la Reina de los Angeles de la obediencia, es que a mí se me hacía de mal no darla a la Orden, y habíame dicho el Señor que no convenía dársela a ellos. Diome las causas para que en ninguna manera convenía lo hiciese, sino que enviase a Roma por cierta vía, que también me dijo, que El haría viniese recado por allí”.
La presentación del arrobamiento podría terminar aquí. Sin embargo, en mi opinión, debe continuar recurriendo a la Biblia. En Isaías vamos a encontrar experiencias similares que nos ayudarán tanto a comprender a los profetas, con a descubrir la relación que guarda con las experiencias Teresianas.
El diccionario de Covarrubias es accesible en la Biblioteca Nacional de España. Os hago llegar el enlace. Se puede bajar.

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