
La meditación es una forma natural de reflexión sobre cualquier aspecto de la vida, con una diferencia: hemos dejado entrar a Jesucristo en ese mundo interior de la mente y el corazón. En esa conversación eterna del cerebro aceptamos a un invitado, un Huésped Humano y Divino que va a cambiarnos la vida si perseveramos. Nos obliga a salir de nosotros mismos al encuentro de otro, una salida que será la misma con el prójimo. Dejamos de vivir en una cápsula para abrirnos a los otros y a Jesucristo.
Él nos ha llamado primero y nos ama hasta el extremo. Acudimos sin miedo para conocerle y amarle. Es un diálogo afectivo, definido por Teresa en una frase bien conocida por la mayoría : “que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos nos ama” (V 8.5).
Hay muchas formas de oración mental, las iremos explicando, y cada uno deberá decidir la más conveniente para él. Como la frontera con la oración vocal de la primera morada es muy poca, la mayoría la está practicando casi sin darse cuenta, un padrenuestro o un avemaría rezados con mente y corazón ya son oración mental.
Teresa de Jesús e Ignacio de Loyola la aprendieron de Landulfo de Sajonia: ”En ningún sitio aprenderás mejor a mantenerte firme contra los halagos vanos, contra la adversidad y tentaciones de los enemigos. En ningún sitio como en la vida del Señor Jesús, que fue sin defecto la más perfecta. La meditación frecuente de esta vida lleva al alma a la confianza y familiaridad con el Señor (…). En todas tus obras y palabras, vuelve tus ojos a Jesús, como a tu modelo; andando, estando quieto, echado: comiendo, bebiendo, hablando, callando, solo y con otros. Le amarás más“.
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