Terminamos el comentario al capítulo cinco de las sextas moradas de santa Teresa de Jesús con el último regalo hecho a quienes se atreven a volar por las sextas moradas. Lo presenta en dos lugares: Moradas 6.5.6 y la Relación 51.
Lo explico a mi manera partiendo del amor humano. Se trata de un proceso entre personas, dos al comienzo, aunque pueda con el tiempo abarcar a millones de parejas que se unen al proyecto. Me parece que se dan de manera especial en el amor de amistad y en el amor de pareja.
En la medida en que se van conociendo va creciendo la aceptación, la asunción de la realidad del otro, en definitiva, nace el cariño. En cuanto el afecto hace su aparición, las cosas, los proyectos y las preocupaciones del otro nos van interesando. No tardará mucho tiempo en seguir los proyectos del otro como si fueran propios. Nos sentimos identificados. Sus triunfos son los míos, también sus fracasos. Vivimos la vida del otro desde el amor.
En psicología social la primera pregunta del manual era: – ¿A quién queremos? La respuesta era bien sencilla y profunda: – A quien nos quiere. En las historias de amor siempre hay un amor primero diferente al nuestro, alguien se nos adelantó desde siempre. Nuestra madre y Dios para los creyentes, siempre nos llevarán la delantera.
A decir verdad este tipo de relación amorosa no se puede establecer con mucha gente al mismo tiempo. Con aquellos más cercanos, con quienes tenemos una amistad profunda podremos llegar a decir que pequeñas parcelas de su vida profesional o afectiva las vamos viviendo como propias.
La relación está siempre en movimiento, se da y se recibe, o mejor dicho en el caso cristiano, se recibe y se da. En las frases de Teresa copiadas a continuación puede comprobarse el deseo de la Santa de dar algo al Señor del que tanto recibe. Leemos los textos:

1.- “Quizás le responderá lo que a una persona que estaba muy afligida delante de un crucifijo en este punto, considerando que nunca había tenido qué dar a Dios ni qué dejar por El: díjole el mismo Crucificado, consolándola, que El le daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión, que los tuviese por propios, para ofrecer a su Padre. Quedó aquel alma tan consolada y tan rica, según de ella he entendido, que no se le puede olvidar; antes cada vez que se ve tan miserable, acordándosele, queda animada y consolada.” (M 6.5.6).
2.- “Habiendo un día hablado a una persona que había mucho dejado por Dios y acordándome cómo nunca yo dejé nada por El, ni en cosa le he servido como estoy obligada, y mirando las muchas mercedes que ha hecho a mi alma, comencéme a fatigar mucho, y díjome el Señor: «Ya sabes el desposorio que hay entre ti y Mí, y habiendo esto, lo que Yo tengo es tuyo, y así te doy todos los trabajos y dolores que pasé, y con esto puedes pedir a mi Padre como cosa propia». Aunque yo he oído decir que somos participantes de esto, ahora fue tan de otra manera, que pareció había quedado con gran señorío, porque la amistad con que se me hizo esta merced, no se puede decir aquí. Parecióme lo admitía el Padre, y desde entonces miro muy de otra suerte lo que padeció el Señor, como cosa propia, y dame gran alivio” (R 51).

El deseo de compartir con Jesucristo dándole algo suyo surge como respuesta a los regalos que le han hecho. El deseo de compartir se ve satisfecho de inmediato, Cristo le entrega una parcela de su vida para vivirla como propia. “díjole el mismo Crucificado, consolándola, que El le daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión, que los tuviese por propios, para ofrecer a su Padre”.
La relación se convierte en una danza en continuo movimiento, se da y se recibe. Al final ha habido un intercambio de vidas. Todo mi ser está en la cajita de Dios y todas la vida de Jesús ha pasado a mi interior.
Las entregas terminan en el matrimonio espiritual: “se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y El tendría cuidado de las suyas” (M 7.2.1). Coincide con la transformación definitiva de la persona.
Teresa lo concreta en el tercer capítulo de las séptimas, en los “efectos” que produce el matrimonio espiritual: “que mirase por sus cosas, que El miraría por las suyas” (M 7.3.1). El hombre viejo ha muerto y ha renacido otra persona. Cristificada: “Ahora, pues, decimos que esta mariposica ya murió, con grandisima alegría de haber hallado reposo, y que vive en ella Cristo” (M 7.3.1).
Ha habido un proceso bien largo entre el primer mensaje y los últimos. En el primero se nos decía que Jesucristo le daba a Teresa los dolores de su pasión para que los tomara como propios. En los últimos la vida entera de los dos se ha intercambiado.
Ha habido un constante viaje de dar al otro y recibir del otro hasta completar la vida entera de ambos. Entiendo por ello un constante movimiento del yo divino al yo humano, un eterno movimiento que no invade ni anula lo humano. Según el Concilio de Calcedonia, lo divino de Cristo asume lo humano sin destruirlo y se hace semejante en todo salvo en el pecado.
Si volvemos a las cajitas, lo divino sale de su cajita y se vuelca en la cajita del yo humano. Asume y diviniza lo humano, no lo destruye ni lo anula. En el amor cristiano se resume en una frase que recorre la Biblia, pasando por el Cantar y desembocando sobre todo en el evangelio de Juan: “Yo en ti y tú mí”.
En la madurez de las séptimas moradas Teresa se preocupa de los asuntos del Esposo y Jesucristo se ocupa de los asunto de la esposa. Un texto de Juan presenta junto a otros mucho la culminación del amor humano y divino según la Biblia.
Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 6-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás:
«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí».
«Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre” ? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».
(La fotografía de Stock Gratis, la música de Rachmaninof, la variación 18 para un tema de Paganini)
2 Comentarios
QUÉ HERMOSA Y SABIA DEFINICIÓN DEL AMOR. GRACIAS
Q alegría