Estamos comentando las sextas moradas de santa Teresa de Jesús e intentando aplicarlas a nuestra vida. Hemos descubierto que son las moradas del “desposorio espiritual”, allí donde la persona realiza un compromiso firme con Jesucristo, camino seguro hacia la vivencia del “matrimonio espiritual”.
Pasamos del amor a Dios al amor de Dios, un amor incondicional que perdona y olvida, pone de pie a la persona cuantas veces lo necesite y da un sentido a la vida y a la muerte. Nunca nos olvidamos de Cristo, ni de meditar la Palabra de Dios, ni de la oración vocal y litúrgica, en especial de la eucaristía dominical.
Hago un repaso de lo que hemos visto por si alguien se incorpora ahora a esta particular forma de vivir.
El amor de Dios se puede experimentar en mayor o menor medida viviendo los capítulos cuatro al seis de las sextas. En situaciones precarias (capítulo 1), somos llamados a una mayor intensidad de unión con Dios dentro de las diversas circunstancias de la vida, reconociendo a la vida, vista desde la madurez, como “pena sabrosa” (capítulo 2). Las experiencias no discurren en hilera, sino que van apareciendo mezcladas, hasta el punto de vivir varias diferentes en el mismo día.
Descubrimos una forma de hablarnos Dios (capítulo 3) a través de su Palabra escrita en la Biblia. Algunas de las palabras o frases de los evangelios, o de cualquier libro bíblico, se nos quedan grabadas en la mente, nos parece que nos las dicen a nosotros. Y así es. Cuando pasado un tiempo, en una situación determinada, vuelven a la conciencia sin haber hecho nada por nuestra parte, son “hablas” (locuciones), puro don del Espíritu Santo que es el Espíritu de Cristo.
En los capítulos cuatro al seis tres formas distintas de vivir los “arrobamientos”. Nos ha parecido que resumían algo esencial en la vida del cristiano, sabernos amados por quien nos amó primero, Jesucristo. Se pueden vivir con mayor o menos intensidad. Recurrimos entonces a la oración de contemplación, dando más tiempo al estar en su compañía que al mucho discurrir. Tratamos por todos los medios de centrarnos en Él con la ayuda del Espíritu Santo hasta que se produzca por su gracia un encuentro personal, afectivo e íntimo con quien sabemos nos ama.
Teresa lo explica en la máxima intensidad que ha vivido. Llama a esta experiencia “arrobamiento“, es decir, la persona queda sobrecogida, emocionada, o por decirlo con su mismo lenguaje “embobada”. No puede comprender tanto regalo sintiéndose tan pecadora, se siente indigna como sucede a la mayoría de los santos (capítulo 4).
La persona cuando se sabe amada se crece, adquiere una seguridad y una capacidad de volar al encuentro de su Dios. Ve algunos de los misterios del más allá, del cielo, y al mismo tiempo adquiere una libertad de ver la vida desde otra dimensión. Aprende la verdadera libertad, se vuelve muy crítica con la realidad mundana, política, social y eclesial; Cristo le hace el regalo de poder vivir su vida como propia, Teresa llama esta experiencia “vuelo de espíritu”. La consecuencia es sencilla, con alguien que nos ama incondicionalmente me puedo comprometer de por vida, el “desposorio espiritual” (capítulo 5).
De una tercera forma de saberse amada de modo radical, “arrobamiento de contento”, nace una alegría profunda, consolidada en lo profundo, duradera pese a las dificultades. Va mucho más allá de la alegría natural vivida en su niñez y adolescencia.
Del gozo amoroso vienen las dudas acerca de su futuro, morirse, huir o sumergirse en el mundo para servir. De la decisión firme de optar por la tercera salida aflora la creación de pequeños “palomarcitos“, pequeñas luces comunitarias en medio del mundo. La creatividad hace el resto. Teresa es capaz de descubrir el pequeño hueco autorizado por la Iglesia para las mujeres, la creación de pequeños monasterios. Con ella aprendemos a buscar siempre, dentro de las limitaciones, una salida por pequeña que sea, donde volcar nuestra vida como servicio a los demás.
Con el capítulo seis se cierra la primera parte de las sextas. Pienso que del siete al diez podemos hablar de cuatro formas de presencia del Dios de Jesucristo, dentro de su ausencia física reservada para el más allá.
El capítulo siete trata de Jesucristo en la oración de contemplación. Por influencia de la filosofía griega se creía que debía excluirse a Cristo. Teresa se subleva sobre esa corriente (también seguida por sus maestros) los “recogidos”y afirma que la Humanidad de Cristo debe acompañar todo el proceso espiritual.
En el capítulo ocho descubrimos la presencia por “visión intelectual”, la certeza de estar acompañados sin ver nada, ni con los ojos del cuerpo, ni del alma.
La “visión imaginaria” del capítulo 9 nos traslada al mundo de las imágenes, de las estampas a las que era tan aficionada. Veremos el cambio de una imagen fija retenida en la mente a cómo se llena de vida en su interior.
El capítulo 10 nos va a descubrir una forma de aprehender los misterios de la vida y de la fe por intuición. Sin estudiar y sin esfuerzo la mente se abre y comprende los misterios. Equivale a una apertura de la mente al conocimiento, de llevarnos a otra dimensión del ver y oír.
Por último, el capítulo 11 trata de la noche oscura. No hay amor sin desamor. Iremos con ella bajando las escaleras hacia el mundo del mal, a los infiernos de la vida y al sufrimiento de Cristo en la cruz. Una última purificación que abrirá las puertas a las séptimas moradas.
(La foto es de Zaragoza cubierta por la niebla, con las torres de la basílica del Pilar. La música de Mahler, el adagio de la cuarta sinfonía)
Deja un Comentario