En el pensamiento de Teresa se parte del ser humano en su encuentro con Dios, a través de un itinerario con siete aspectos clave que van profundizando una relación de amor, siguiendo los evangelios. De este modo las moradas sextas serían junto con las séptimas la conclusión de esa historia de amor, lo máximo que ella experimentó.
En nuestra historia de amor encontraremos en las tres primeras moradas, un tiempo largo de conocimiento y amor a Dios y al prójimo siguiendo a Jesucristo. O dicho con otras palabras, aprendemos a ser buenos cristianos. A partir de las moradas cuartas surge una nueva palabra que va a cambiar todo, “sobrenatural”. Significa los regalos gratuitos de amor que Dios nos va haciendo, el amor De Dios.
Progresivamente van ganando tiempo, cada vez se harán más largos, y más profundos, hasta llegar a inundar la vida entera de la persona. Uno de los momentos culminantes lo encontramos en las diversas formas de “arrobamientos”, explicados en los capítulos ya comentados, cuatro, cinco y seis de las sextas moradas. El amor de Dios podemos llegar a vivirlo con una intensidad capaz de transformar la vida entera y lanzarnos a la acción en beneficio de los demás.
Llegados aquí me pregunto si habrá llegado el día de dar una autonomía relativa a la forma de vida propuesta en las sextas moradas. Es decir, que los cristianos y los que buscan a Dios pueden comenzar por las primera tres moradas o ir directamente a la sextas y aceptar el reto de recibir un amor incondicional de Dios, hagan lo que hagan y sea cual sea su pasado.
Digo autonomía relativa en el sentido de que ambas formas de amor se llaman la una a la otra. Comenzar por el amor de Dios no significaría la eliminación de la primera parte centrada en el amor a Dios y al prójimo. Antes o después hemos de vivir las dos. Comenzar por la segunda parte, el amor de Dios al hombre nos lanzará en directo a la oración de contemplación.
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Veamos cómo en la tradición del Antiguo Testamento Dios nos ha hablado de dos maneras: En Abrahám, padre de nuestra fe, se nos ofrece una relación de amor incondicional. Se le llama teología de la Promesa. Una promesa de amor eterno más allá de nuestros actos, aunque Abrahán responde con la salida de su casa y la confianza en la Palabra divina.
Sin embargo, a lo largo de los siglos se nos ofrece una segunda posibilidad, llamada teología de la Alianza.
En efecto, con Moisés Dios establece un pacto con su Pueblo. Sigue siendo una alianza de amor, pero incluye observar los mandamientos, garantía de fidelidad al pacto y orden establecido en la sociedad.
Jesucristo no cambiará ni una tilde del pacto de la Alianza, aun cuando el acto de amor gratuito sea el predilecto del Señor.
La Iglesia optó por la teología de la Alianza, acentuando las normas y los mandamientos, hasta alcanzar interpretaciones erróneas en el siglo XIX de las que nunca pidió perdón; dañinas hasta el extremo de perjudicar la fe de varias generaciones, incluyendo a quienes fuimos formados desde nuestra infancia en la creencia de un Dios terrible y culpabilizador.
La salvación no era el don gratuito de un Dios-Amor conseguido por Jesucristo, sino una conquista moral del ser humano a base de esfuerzo, con el riesgo de caer en herejías como la jansenista. Acompañado de la imagen de un Dios castigador y vigilante inclinado a culpabilizarnos, cuando es bien sabido que generar la culpa es el mejor sistema para dominar al otro.
Causa admiración los miles de cristianos que, a pesar de las dificultades de interpretación teológica, supieron dar la vida por Jesucristo hasta el martirio en el siglo XX. A pesar de las deficiencias, la Iglesia era portadora de la fe en Jesús.
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A mediados del siglo XX el concilio Vaticano II inició un salto progresivo de la teología de la Alianza a la teología de la Promesa que ha llegado a su culminación en el pontificado del papa Francisco, quien sigue la estela marcada por los Papas anteriores.
Me limitaré a resaltar en el documento programático del Papa actual, “La alegría del evangelio“, algunas frases que dan cuenta de un cambio histórico con amplias repercusiones. (Aconsejo la lectura detenida de un documento sin desperdicio; las frases resaltaras en negrita son mías, cito por el número de párrafo):
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (nº 1).
“Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” (nº 3)
“Pero quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer este texto: «Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (3,17), (nº 4)”.
“Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo” (nº6).
“… el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante”. (nº35).
” En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado.“ (nº36).
“Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos. También es aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad (…) Allí está la verdadera sanación, ya que el modo de relacionarnos con los demás que realmente nos sana en lugar de enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano” (nº 91 y 92).
“pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones” (nº 120).
“En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte»” (nº 164).
“La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración” (nº 262)
“La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos (…) Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás” (nº 264).
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El camino para llegar hasta el momento actual ha sido tortuoso. Los jesuitas de la primera hora (siglo XVI), se enzarzaron en discusiones acerca de la conveniencia de vivir la oración de contemplación dentro de los ejercicios espirituales de san Ignacio. Hay que advertir en su descargo la imposibilidad que tenían para acceder a los escritos místicos de san Ignacio, publicados posteriormente.
Según la hipótesis que manejamos con mi amigo Félix Alvira, tres de ellos, Antonio Cordeses, Francisco de Borja y Baltasar Álvarez habían pasado de la oración de meditación a la de contemplación. La Compañía de Jesús les prohibió practicar y enseñar la oración contemplativa creando un ambiente contrario a su práctica.
Alguno de ellos hubo de sufrir un juicio interno. El mismo ambiente -creemos-, limitó la publicación de autores espirituales, o hizo desaparecer los que había. Fue el caso de Antonio Cordeses, cuyas obras se publicaron en Italia en el siglo XVII, o la imposibilidad de encontrar obras publicadas en romance que traten del matrimonio espiritual en el siglo XVI. De momento conocemos la existencia de uno en un monasterio de contemplativos españoles.
A pesar de lo dicho se había creado una semilla capaz de germinar de forma subterránea en diversos ambientes cristianos, en especial los monasterios contemplativos. En uno de sus escritos Cordeses hablaba de siete pasos para llegar al matrimonio espiritual. El sexto lo denomina “desposorio espiritual”, coincidiendo exactamente con lo escrito por Teresa en las sextas moradas.
Un investigador de hace unos decenios descubrió la coincidencia de Cordeses, al igual que Teresa en las sextas moradas, sin que hasta ahora -que nosotros sepamos- se hayan sacado las consecuencias para el teresianismo, salvo algún artículo de los jesuitas.
La situación siguió su curso hasta la llegada del “quietismo”, una corriente espiritual del siglo XVII, cuyo principal representante era de nuestra pequeña tierra aragonesa, Miguel de Molinos. Defendía una contemplación tan quieta que prácticamente eliminaba toda acción. Fue condenado por la Iglesia. Al final se terminó prohibiendo la oración de contemplación. Junto a la mentalidad barroca fue el golpe definitivo hasta hace pocos decenios.
Por culpa de esa mentalidad, Teresa se alejaba del sencillo Pueblo de Dios donde había nacido, la convirtieron en un objeto de admiración, no de imitación, las moradas místicas eran para personas especiales, muy muy santas, no para el común de mártires. El Castillo Interior se convirtió en una escalera imposible de subir, la salvación en una conquista moral, no en un don gratuito, etc.
No deja de ser sorprendente que el primer Papa jesuita haya puesto en el centro de su teología el “amor de Dios”, recuperando las cimas de la oración de contemplación al servicio del Pueblo de Dios. Reconociendo que Dios nos amó primero. Por desgracia generaciones de cristianos se han visto privados de esta gran riqueza buscando en las religiones orientales lo que creían no existía en el cristianismo.
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Las ideas de Antonio Cordeses llegaron a santa Teresa a través de su confesor y amigo Baltasar Álvarez, a quien tenía por santo, y Francisco de Borja, duque de Gandía. El primero había puesto por escrito su opinión cuando hubo de defenderse en el juicio de sus mismos compañeros. Él y Francisco de Borja no tuvieron ningún problema en aceptar la oración de contemplación de Teresa. Vivían lo mismo, o parecido. Hablaban el mismo lenguaje.
Hay que reconocer con admiración la valentía que tuvieron Juan de la Cruz y Teresa de Jesús al escribir sobre la contemplación en el matrimonio espiritual, en un ambiente tan complicado y contrario. Teresa no se amilanó y supo conjugar la prudencia con la valentía. Ella se limitó a dejarnos en herencia lo que vivía del amor de Dios, su experiencia, sin mencionar en ningún momento los problemas existentes, dejando entrever de manera reiterada su deseo de hacerlo accesible al Pueblo de Dios. Y por si no fuera suficiente lo hizo acompañada de estampas, la Biblia de los iletrados, llevando la Humanidad de Cristo y la religiosidad popular hasta la cumbre de la santidad.
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La necesidad de contemplar el misterio de Dios vuelve en nuestros tiempos con una fuerza inusitada, incluyendo a los teólogos contemporáneos Rahner y Balthasar.
Siempre pensé que las diferentes formas de arte, son la avanzadilla de lo que más tarde vivirán las sociedades. En ellas confluye en la actualidad la necesidad de silencio, de contemplación reposada de paisajes, el lenguaje minimalista de la música clásica del norte de Europa, en la pintura, cierto jazz, etc.
La Iglesia puede ofrecer espacios de silencio, abierto a todos los buscadores de trascendencia. He repetido en varias ocasiones (siguiendo a Charles Taylor), la necesidad de aceptar la pluralidad de ofertas sociales abiertas al misterio; la secularización no ha acabado con la búsqueda de Dios, la ha diversificado.
La propuesta de la Iglesia católica compite con un amplio abanico y ofrece la suya. Debe ir acompañada del aprendizaje en las diferentes formas de oración y en la atención a las víctimas del mundo. Quizás haya que comenzar por las moradas místicas y aprender a rendirnos ante el misterio de un Dios que nos ama incondicionalmente. En el siglo XVII vivió una mujer espiritual que siguió ese camino y puede orientarnos.
En la tradición de la Iglesia se distingue la contemplación adquirida de la contemplación infusa.
En la primera se trata de estar ante el misterio de un Dios-Amor ofreciendo a los que quieran una experiencia de amor incondicional, no desde el entendimiento sino desde el amor nacido de la decisión de la voluntad.
La segunda reconoce por experiencia, pequeña o intensa, el amor recibido gratuitamente. Llama más al silencio que a la palabra, sin excluirla, precisa de tiempo y pocas palabras, crea un vínculo afectivo entrañable y transformador. Si he entendido bien al Papa, de ella surgiría una acción misionera, la atención a las víctimas del mundo y la lucha por la justicia y contra la corrupción.
¡¡¡Ojalá la oración de contemplación tenga la fuerza necesaria para crear una nueva Iglesia!!!
Música de Michael Petrucciani, Looking Up // Michael Petrucciani, The Prayer // Home, también de Petrucciani. Fotografía Del Valle de Arán
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