Recupero un pequeño artículo publicado en el 2008 en la revista Actúa, de Acción Social Católica de Zaragoza, en mis tiempos de consiliario. Sigo pensando lo mismo, añadiendo el dolor por la actual guerra:
Vivir en la añoranza de tiempos pasados no es buen remedio para enfrentarse a los retos actuales. Los viejos tiempos han terminado, la unión del trono y el altar del Antiguo Régimen no volverá. Resulta a todas luces quimérico soñar con su vuelta.
Las revoluciones americana, inglesa y francesa –en particular la última ejerció su influencia en el sur de Europa- trastocaron el orden establecido, alumbraron las democracias parlamentarias y redujeron a símbolo o eliminaron las monarquías absolutistas.
Crearon las naciones modernas, bien como Estados-Nación, bien como Estados-Sentimiento. El primero formado por ciudadanos libres e iguales ante la última palabra de la ley emanada del voto. El segundo centrado en la pertenencia a un Pueblo formado por raza, lengua e historia común. La religión dejó de ser de dominio público y la nueva sociedad quiso postergarla a la privacidad del domicilio.
De las dos formas de concebir la Nueva Nación triunfó la segunda, llevando a Europa a una guerra fratricida en nombre de un mismo Dios. Surgió el fascismo, versión laica del absolutismo y los totalitarismos en sus distintas versiones nazis o comunistas (en esencia, tienen la misma estructura ideológica), versiones laicas de nuevos mesianismos milenaristas.
Una parte considerable de la función social de la Iglesia se desplazó a los Estados. La religión dejó de re-ligare a las naciones (algo comenzado con la Reforma), incluso llegó a convertirse en un elemento de discordia y división.
Hasta el Concilio Vaticano II la Iglesia Católica no llegó a reconciliarse con la modernidad y la democracia. Quizás llegó tarde. Justo al terminar, alrededor de los años setenta, comenzó una tercera oleada secularizadora, llamada según los expertos “salida masiva de la religión”.
Sin ruido, en silencio, las gentes desertan de las iglesias, no encontrando en ellas un motivo para seguir esperando en la vida. La Iglesia deberá cambiar mucho para afrontar el reto.
A pesar de todo, el grito silente por el sentido no ha sido sofocado, la herida de Dios sigue abierta. Aparecen por doquier religiones de suplencia, incluso la de comprar compulsivamente. Todo parece bueno con tal de ahogar el vacío. Vivimos en una profunda noche oscura, bien alimentados la mayoría, desnudos ante el supuesto silencio de Dios. Despistados. En pura nostalgia del Absoluto.
La búsqueda no ha terminado. No es misión nuestra juzgar en lugar de Dios, ni convertirnos en profetas de desgracias. Tampoco sirve de nada. Aceptamos la realidad del pasado con todas sus convulsiones y los millones de muertos insepultos.
Lo nuestro es recurrir a la primera mirada de Jesús, cargada de compasión por el sufrimiento ajeno. Seremos la voz de las víctimas. Construiremos un nuevo cristianismo desde las cenizas del viejo, volviendo una y otra vez a la lectura y meditación del Evangelio. Lo leeremos en la Iglesia, como “pobres de espíritu”, es decir, como niños recién nacidos en brazos del Padre, hasta descubrir juntos su frescura siempre renacida. Un cristianismo que, desde la llamada personal e intransferible, “quiere creer” en Jesucristo como Salvador del mundo. Ofreceremos su amistad a quien lo solicite, siendo sumamente respetuosos con la libertad ajena. No hacemos proselitismo.
Además de una opción libre, precisaremos de algo de tiempo para nuestra formación de adultos cristianos. Incluyendo el silencio sonoro. Los cursos preparados cada año por Acción Social Católica son de gran utilidad para nuestra formación. También puede servirnos para la formación en grupos el “Itinerario de formación cristiana de adultos. Ser cristianos en el corazón del mundo”, editados por la Conferencia Episcopal Española.
Todos los trabajos, también las empresas, deben quedar bañadas por la Doctrina Social de la Iglesia. Aspiramos a que sean modélicas en su humanismo cristiano. No renunciamos a la creación de riqueza. Al contrario, aspiramos a ella por el bien de todos. Sí renunciamos a ser depredadores de personas o cosas.
No nos casamos con ninguna ideología social o política. Nuestro único compromiso firme está con Jesucristo y los sufrientes del mundo. Trabajamos con todos los que quieran hacerlo, buscando el bien común de la sociedad. Siguiendo a nuestros predecesores, pertenecemos al “catolicismo social”. Reivindicamos un lugar, aunque pequeño, en la nueva plaza pública. No estamos dispuestos a recluir el cristianismo en las sacristías.
En estos tiempos recios, de crisis económica y religiosa hacen falta amigos fuertes de Dios y una gran dosis de creatividad.
Admitimos sugerencias.
Antonio Mas Arrondo
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