Con la actual presentación terminamos los comentarios a la noche oscura teresiana.(Ver el uno, el dos, el tres, el cuarto. Será el quinto post. Los capítulos enteros de Vida 29, 30, 31 y 32 forman una unidad. Luego hay textos sueltos útiles para nuestro propósito: V 33.4, 35.8, 35 10-14, V 39.17-21.
En un proceso muy personal, desde la experiencia, realizada por una mujer contemplativa autodidacta, presenciamos un viaje profundo a las entrañas de la increencia, y finalmente, al mal absoluto representado por el infierno. Puede ser que la mayoría de ellas sean vividas con una intensidad difícil de igualar por cualquiera de nosotros. A pesar de ello, encierran enseñanzas esenciales para la fe de cualquier cristiano que deben ser descubiertas y puestas a disposición del Pueblo de Dios.
Comienza el viaje con los “ímpetus” en V 29.8. El marco no puede ser más contrario, lleva varios capítulos descifrando los encuentros con Cristo resucitado. En el capítulo 22 ha hecho una defensa cerrada de la Humanidad de Cristo, a partir del 23, después de un breve paso por lo que más tarde serán las M 5, entra de lleno en lo que serán las sextas, con un conjunto de gracias recibidas, visiones y revelaciones.
Las podemos resumir en una frase: se sabe amada por Dios. La paradoja es enorme, el viaje al mal lo realiza desde un amor recibido que aspira a plenitud. Observemos que no es desde el amor a Dios, sino desde un “amor tan grande de Dios”, gratuito, “sobrenatural”:
“Desde a poco tiempo comenzó Su Majestad, como me lo tenía prometido, a señalar más que era El, creciendo en mí un amor tan grande de Dios, que no sabía quién me le ponía, porque era muy sobrenatural, ni yo le procuraba. Veíame morir con deseo de ver a Dios, y no sabía adónde había de buscar esta vida, si no era con la muerte. Dábanme unos ímpetus grandes de este amor, que, aunque no eran tan insufrideros como los que ya otra vez he dicho ni de tanto valor, yo no sabía qué me hacer; porque nada me satisfacía, ni cabía en mí, sino que verdaderamente me parecía se me arrancaba el alma. ¡Oh artificio soberano del Señor! ¡Qué industria tan delicada hacíais con vuestra esclava miserable! Escondíaisos de mí y apretábaisme con vuestro amor, con una muerte tan sabrosa que nunca el alma querría salir de ella” (V 29.8).
Del ímpetu nace el deseo de ver a Dios, esperanza máxima del creyente, solo accesible después de la muerte. Por una parte Dios se esconde, por otra el amor recibido apretaba el alma. “Muerte sabrosa”, nos dirá. Ausencia y presencia, menos intensa a la dicha en V 20. Más que esperar la segunda venida de Cristo, se intuye un deseo de morir para completar el encuentro en el cielo.
El inconveniente para terminar de aclarar lo que le pasa lo resuelve de dos maneras, intentando concretar lo dicho en V 20.10 y a través de una visión llamada “transverberación” en V 20.13. Copio la primera:
“No ponemos nosotros la leña, sino que parece que, hecho ya el fuego, de presto nos echan dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta llaga de la ausencia del Señor, sino hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón, a las veces, que no sabe el alma qué ha ni qué quiere. Bien entiende que quiere a Dios, y que la saeta parece traía hierba para aborrecerse a sí por amor de este Señor, y perdería de buena gana la vida por El. No se puede encarecer ni decir el modo con que llaga Dios el alma, y la grandísima pena que da, que la hace no saber de sí; mas es esta pena tan sabrosa, que no hay deleite en la vida que más contento dé. Siempre querría el alma -como he dicho- estar muriendo de este mal.
Ni la leña ni el fuego del amor es obra de Teresa. Se ve echada en él hasta quedar herida de amor. Entra en juego la “saeta” clavada en las entrañas, desea a Dios, incluso llega a aborrecerse, no en el sentido de despreciarse, sino de no estar centrada nunca más en ella misma, “no saber de sí”. Daría la vida por él. Ausencia y presencia a partes iguales. Con intensidad sublime. La ausencia estimula el deseo cuando el amor es crecido produciendo dolor, su presencia llena de gozo. Fruto todo ello de dejarse amar por el amor incondicional de Dios.
Resulta difícil encontrar ejemplos en un amor ordinario. Ella misma nos lo explicará enseguida. Quienes sean capaces de aceptar un amor incondicional del Señor por encima de sus miserias, es muy posible, con la ayuda del Espíritu Santo, que puedan saborear alguno de estos frutos.
No entiende la unión de los dos contrarios “pena y gloria”, (igual a V 1.4 cuando era niña). ¿No será que la vida del creyente es siempre pena y gloria?; “y ve claro que no movió ella por dónde le viniese este amor, sino que del muy grande que el Señor la tiene, parece cayó de presto aquella centella en ella que la hace toda arder. ¡Oh, cuántas veces me acuerdo, cuando así estoy, de aquel verso de David: Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum que me parece lo veo al pie de la letra en mí!
Llegar a saberse amada en ese grado de intensidad le ha costado muchos años, su vida ha sido la aventura de una cierva (“La cierva vulnerada” es el título de la mejor semblanza de Teresa escrita por Anselmo Donazar) en busca del agua viva: “Como busca la cierva corrientes de agua así mi alma te busca a ti Dios mío”, (traducción de Schökel del salmo 42,1). Y cuando lo encuentra se esconde. El Dios de Teresa en su madurez es un Dios oculto, escondido, misterioso. Sabiéndose profundamente amada por Él lo reconoce misterioso, inaccesible, imposible de gozarlo en plenitud en esta vida. Su ausencia es también misterio, primera y última palabra de toda reflexión teológica.
Así llegamos a una serie de visiones donde la experiencia se convierte en una imagen plástica, la transverberación, esculpida por Bernini. No es la máxima experiencia mística como se pensó hace tiempo, debemos esperar a las séptimas moradas:
“Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento” (V 29.13).
La existencia de seres celestes espirituales la descubrieron los judíos en el exilio. Los ángeles poblaban el vacío dejado entre un Dios oculto más allá de la bóveda del cielo y los seres humanos. (El mundo actual suele rellenar el vacío con cosas). Su misión consistía en hacer de mediadores o carteros de Dios. Teresa ve uno al lado izquierdo, el derecho está reservado a Jesucristo. Por visión imaginaria, ve el angel en su interior, con los ojos del alma, encendido en amor de Dios (nunca tuvo visión de nadie con los ojos del cuerpo). El dardo con un extremo de fuego penetra las entrañas y el corazón. Produce dolor intenso y mucha suavidad. Al sacarla quedaba “abrasada en amor grande de Dios” (observemos que no dice del amor a Dios).
La última frase da cuenta del párrafo entero: “Es un requiebro tan suave”. En el castellano antiguo (diccionario de Covarrubias) significa: “quebrar una cosa y volverla a quebrar en piezas menudas. Metafóricamente se dice requebrarse el galán, que es tanto como significar estar deshecho por el amor de su dama. Decid requiebros es significarle sus pasiones, loar su hermosura y condenar su crueldad. De esto han dicho harto los Poetas, y para mí basta. Requebrado el tal galán. Requiebro, el dicho amoroso y regalado”.
Luego es un acto de amor del Amante hacia la amada. Es el “Señor” Jesús quien le hace el requiebro, quien queda hecho pedazos por el amor a su amada que es Teresa. (Sobran las interpretaciones tendenciosas, viendo lo que no dice, como micro infartos, o pequeños orgasmos). Claro está, la imagen de Dios salida de la experiencia está a años luz del Dios impasible, es un Dios con pasión amorosa. Podemos resumirlo con otra frase sacada de internet: estar profundamente quebrantado o hecho pedazos por una pasión amorosa, de manera que el requebrado era el amante y no la persona amada. El amor humano es un fiel reflejo del amor divino, y viceversa.
Un Dios que se deshace en amor, se derrite, un acto del amor de Dios insuperable. Cuando esto escribe Teresa no ha descubierto todavía la posibilidad de vivir el matrimonio espiritual en esta vida. Tardará tiempo. Lo máximo a poder vivir en este mundo es el “desposorio espiritual”, propio de las sextas moradas, la religiosa se “desposa” en esta vida al comprometerse con los votos, basándose en su bautismo.
La experiencia duraba días, se repetía, “andaba embobada”, quería “abrazarse con su pena”. Y algo muy importante, el requiebro amoroso lo sitúa dentro de los “arrobamientos tan grandes”. Significa que, como dijimos en M 6.4 y siguientes, el arrobamiento es la experiencia de amor recibida, lo experimentado por ella cuando se sabe amada.
Termina el número 13 de V 29 así: “en comenzando esta pena de que ahora hablo, parece arrebata el Señor el alma y la pone en éxtasis, y así no hay lugar de tener pena ni de padecer, porque viene luego el gozar”. Frase que forma parte de la transverberación.
Al saberse tan amada se queda traspuesta, fija en lo sucedido, arrobada. El éxtasis, entiendo, es la máxima forma de arrobamiento, impactada hasta tal punto que desaparece el tiempo y el espacio. Silencio ante el misterio del amor. Fija en el Amado, extasiada, sin entender ni comprender nada. No se necesitan palabras, se ama a quien te Ama. Y punto.
No entiende nada -yo tampoco-. ¿Cómo puede darse a la vez “pena y contento”? ¿Cómo pueden “estar junto”? ¿Será algo del demonio? Entramos en el capítulo 30. En la duda procura evitar que se repitan gracias tan complicadas. No puede. Vienen aunque no quiera.
“Amparábame con la cruz y queríame defender del que con ella nos amparó a todos. Veía que no me entendía nadie” (V 30.1). Nos estamos acercando a la cruz de Cristo, uniéndonos a ella. Ahora bien, no es lo mismo acercarnos a vivir la cruz del Señor desde la soledad absoluta a hacerlo abrazados a Cristo resucitado. El cristiano va a enfrentarse a la cruz en compañía de Cristo resucitado; la cruz, el sufrimiento humano, el misterio del mal, lo viviremos bajo el amparo de alguien que nos ama incondicionalmente. Nunca estaremos solos, por mucho que nadie nos entienda.
Gracias a una amiga, doña Guiomar de Ulloa, un hombre providencial se cruza en su camino, fray Pedro de Alcántara, fraile franciscano “hecho de raíces de árboles”, según el decir de la misma Teresa, a quien admira, no imita, debido -pienso-, a las tremendas penitencias a las que se sometía (V 30.2-3). La entiende por experiencia, le da luz, le asegura que son gracias de Dios, no obra del demonio. Valora su “animo” para hacer algo por su Señor (V 30.4-5).
Tampoco entiende a sus amigos más cercanos, algunos serán los que más se opongan a sus experiencias de saberse amada, por ejemplo el laico “caballero santo”, Francisco de Salcedo, quien “me hacía toda la guerra”. “Contradicción de los buenos” llama a esa actitud (V30.6).
Las conversaciones con san Pedro de Alcántara le consuelan sin terminar de convencerla (V 30.7). A sus enfermedades corporales se juntaban las del alma. “Todas las mercedes que me había hecho el Señor se me olvidaban. Sólo quedaba una memoria como cosa que se ha soñado, para dar pena. Porque se entorpece el entendimiento de suerte, que me hacía andar en mil dudas y sospecha” (V 30.8).
Es curioso comprobar los caminos del Señor para introducirla en el mundo del mal. Lo va a hacer mediante el olvido de todas las gracias recibidas, le van a parecer cosas soñadas. Si ha descubierto y aceptado el Amor, ahora deberá sumergirse en el desamor, sin el segundo es imposible valorar en su justa medida el primero. Lo que el común de mártires descubre en la vida diaria, ella lo hará como monja contemplativa desde su experiencia en un convento. Veo difícil entender bien la vida sin haber bajado al misterio del Mal y del sufrimiento propio y de otros. El creyente en Cristo no hace otra cosa que bajar con Él al misterio del Mal.
Su enemigo será el Mal con mayúsculas, “el demonio inventaba para desasosegarme y probar si puede traer el alma a desesperación. Tengo ya tanta experiencia que es cosa de demonio”. De entrada, “Vese claro en la inquietud y desasosiego con que comienza, y el alboroto que da en el alma todo lo que dura, y la oscuridad y aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición para oración ni para ningún bien” (V 30.9).
En la Biblia tres personas se enfrentaron al Mal, Jacob, Job y Jesús. Ella interpreta al demonio desde Job. Es el tentador. Pretende desesperarla, dejarla “sin ser señora de sí”, le pasan por su mente “disparates“, “andan los demonios como jugando a la pelota con su alma” (V 30.10-11).
La fe y las virtudes quedan dormidas, “como cosa que oyó de lejos, le parece conoce a Dios”, “no hay memoria de lo que ha experimentado en sí”. “A mi parecer es un poco de traslado al infierno”. Poco al poco el mal que experimenta la va deslizando hacia el infierno (V 30.12).
Será al comulgar cuando encuentre descanso e incluso mejoría en su salud. Otras veces escuchaba del Señor “No estés fatigada; no hayas miedo -como ya dejo otra vez dicho-, quedaba del todo sana, o con ver alguna visión”. Descanso y fuerza encuentra en la eucaristía y capacidad para hacer frente a cualquier persecución: “Y así se hacen después pequeños estos trabajos con parecer incomportables, y se desean tornar a padecer, si el Señor se ha de servir más de ello. Y aunque haya mas tribulaciones y persecuciones, como se pasen sin ofender al Señor, sino holgándose de padecerlo por El, todo es para mayor ganancia” (V 30.14).
A continuación, pasa a describir las diferentes circunstancias que la conducen al Mal, también “el daño que nos hizo el primer pecado” (V 30.16). Por mucho que el demonio le tiente sus deseos de amar y de servir al Señor no disminuyen, pero sigue sin saber dónde ayudar (V 30.17), “siempre está bullendo el amor y pensando qué hará”. Se acuerda de la samaritana pidiendo agua viva, otras veces recuerda que sus ímpetus de amor no han desaparecido. Reclama para ella más fuerza corporal y añora otros derechos para la mujer, incluyendo el sacerdocio:
“Alabe muy mucho al Señor el alma que ha llegado aquí y le da fuerzas corporales para hacer penitencia, o le dio letras y talentos y libertad para predicar y confesar y llegar almas a Dios. Que no sabe ni entiende el bien que tiene, si no ha pasado por gustar qué es no poder hacer nada en servicio del Señor, y recibir siempre mucho. Sea bendito por todo y denle gloria los ángeles, amén” (V 30.19-21).
En el capítulo 31 va a seguir describiendo las tentaciones del demonio desde sus experiencias y presentando al Mal. Hago un brevísimo resumen. Se le aparece hacia el lado izquierdo, “de abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra”. Es alguien personal, con quien se puede dialogar. De los varios remedios para expulsarlo el mejor es el agua bendita. Llega a verlo, muy influida por las pinturas de su época:
“Quiso el Señor entendiese cómo era el demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy abominable, regañando como desesperado de que adonde pretendía ganar perdía. Yo, como le vi, reíme, y no hube miedo”.
Observa que la ataca cuando está a punto de ayudar a alguien. Adopta una postura combativa frente al Mal sufrido por el prójimo. Esto es muy importante, primero por su actitud combativa, segundo, por abrirle la mente al mal del mundo a través de personas concretas.
La lucha contra el demonio es a brazo partido, “cerca oyeron todas dar golpes grandes adonde yo estaba”, “también una noche pensé me ahogaban; y como echaron mucha agua bendita, vi ir mucha multitud de ellos, como quien se va despeñando”, posible alusión al relato evangélico de los cerdos despeñados. La lucha le da fortaleza, les pierde el miedo.
En ocasiones vence ella, está rezando en el oratorio el día de Todos Los Santos y “se me puso sobre el libro para que no acabase la oración. Yo me santigüé, y fuese. Tornando a comenzar, tornóse. Creo fueron tres veces las que la comencé y, hasta que eché agua bendita, no pude acabar. Vi que salieron algunas almas del purgatorio en el instante, que debía faltarlas poco, y pensé si pretendía estorbar esto“.
El combate tiene lugar también en el cielo, estando en arrobamiento, es un combate cósmico, “vi una gran contienda de demonios contra ángeles”.
Se siente protegida: “Otras veces veía mucha multitud de ellos en rededor de mí, y parecíame estar una gran claridad que me cercaba toda, y ésta no les consentía llegar a mí”. Pierde el miedo al mal, “El caso es que ya tengo tan entendido su poco poder, si yo no soy contra Dios, que casi ningún temor los tengo. Porque no son nada sus fuerzas, si no ven almas rendidas a ellos y cobardes, que aquí muestran ellos su poder“.
Le hará sufrir durante años que hablen bien de ella, más que cuando la persiguen. Su fama de santa se va extendiendo y cuando está muy “fatigada” escucha en su interior, “me dijo el Señor, que qué temía; que en esto no podía, sino haber dos cosas: o que murmurasen de mí, o alabarle a El; dando a entender que los que lo creían, le alabarían, y los que no, era condenarme sin culpa, y que entrambas cosas eran ganancia para mí; que no me fatigase. Mucho me sosegó esto, y me consuela cuando se me acuerda” (V 31.13).
La tentación llega al extremo de querer huir, marchar a otro lugar, fundar en algún lugar lejos del bullicio, “dotar en otro monasterio muy más encerrado que en el que yo al presente estaba, que había oído decir muchos extremos de él. Era también de mi Orden, y muy lejos, que eso es lo que a mí me consolara, estar adonde no me conocieran; y nunca mi confesor me dejó“. Luego la primera idea de fundar algo nuevo surge de su interior en forma de huida. Seguimos en pleno combate con los demonios tentadores deseosos de llevarla a la desesperación.
Al final llega a una sabia conclusión a tener en cuenta por todos nosotros. “Todos estos temorcillos y penas y sombra de humildad entiendo yo ahora era harta imperfección, y de no estar mortificada; porque un alma dejada en las manos de Dios no se le da más que digan bien que mal (…) y aparéjese a la persecución, que está cierta en los tiempos de ahora”. Compara las dificultades de la vida con el martirio.
“No se fatiguen; esperen en el Señor, que lo que ahora tienen en deseos Su Majestad hará que lleguen a tenerlo por obra, con oración y haciendo de su parte lo que es en sí”.
Reconoce sus limitaciones, miserias y defectos, las virtudes siguen sin estar crecidas, recurre de nuevo a la cruz: “Andas procurando juntarte con Dios por unión, y queremos seguir sus consejos de Cristo, cargado de injurias y testimonios, ¿y queremos muy entera nuestra honra y crédito? -No es posible llegar allá, que no van por un camino. Llega el Señor al alma, esforzándonos nosotros y procurando perder de nuestro derecho en muchas cosas”.
Entramos en el capítulo 32, llegamos al infierno, el reino del Mal. Teresa lo visita numerosas veces, de ellas sobresalen tres, en la primera nos contará “su” infierno, en la segunda, el Mal eterno lo sufrirá dentro de ella misma; en el tercero, descubrirá el infierno de los demás. Terminará de aprender la solidaridad y la compasión y fundará san José.
Copio el primero: “estando un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme. Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho” (V 32.1).
Es un relato muy personal, en primera persona, el reino de los demonios, donde merece estar por sus pecados. En la visión no ve demonios, ni gente, ni fuego eterno, ni luz, en soledad absoluta. Por supuesto no está Dios. El castigo es el lugar mismo, muy estrecho y largo como un horno angosto, en el suelo no se puede descansar, lleno de lodo sucio, huele muy mal, con sabandijas (las mismas que encontramos antes de entrar en el Castillo habitado). Al fondo un hueco en la pared donde apenas cabe. Estando viva parece un nicho de muerte.
Antes de ver la visión, el temor al infierno merecido por ella viene de muy atrás. En su adolescencia se hizo amiga de una parienta con quien mantenía conversaciones poco edificantes. Su padre la llevó a un convento cercano donde estuvo más de un año. En ese tiempo, “no me parece había dejado a Dios por culpa mortal ni perdido el temor de Dios, aunque le tenía mayor de la honra” (V 2.3). Sin embargo, el miedo lo había interiorizado, “y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno”; la “ingratitud” ante Dios, o la mediocridad también le parecen ser causas graves merecedoras de la condena eterna. Hay algo que expresa con claridad, “hay infierno y hay gloria, (V 3.8 y 15.2).
La diferencia entre pecado mortal y pecado venial no se la explicaron bien y le creó grandes dudas: “Lo que era pecado venial decíanme que no era ninguno; lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño que no es mucho lo diga aquí para aviso de otras de tan gran mal” (V 5.3). Pasados los años, tras la visión del infierno, reconoce merecer el castigo (V 37.9), “sabe que un solo pecado mortal merecía la condena eterna” (V 40.10).
Reconoce que estar en el infierno en esta vida equivale a estar en pecado: “Y así comencé a considerar el lugar que tenía en el infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loores a Dios, porque no me parecía conocía mi alma según la veía trocada” (V 38.9). La separación de Dios es camino seguro para llegar a él, si atraviesa una noche oscura, la experiencia es similar a estar en el infierno.
Daría para profundizar mucho más este aspecto; de momento lo dejamos aquí porque hay otras dos visiones del Mal, continuación de la anterior, que cambia del todo el registro, la segunda manera de visitar el Mal: Teresa vive el infierno dentro de ella misma. Sufre el dolor del Mal, “sentí un fuego en el alma” que también afecta al cuerpo:
“agonizar del alma: un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sentible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba la vida; mas aquí el alma misma es la que se despedaza” (V 32.2); “quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo” (V 32.3).
“Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles” (V 32.4). Agradece al Señor todo su amor: “¡Seáis bendito, Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido que me queríais Vos mucho más a mí que yo me quiero! ¡Qué de veces, Señor, me librasteis de cárcel tan tenebrosa, y cómo me tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad! (V 32.5).
Como en otras ocasiones, de su experiencia personal pasa a comprender la situación del mundo y del prójimo. Este paso es trascendental, no quedarnos encerrados en nuestro propio sufrimiento. El infierno según ella está habitado, tercer momento de la bajada al abismo. La solidaridad ante el mal ajeno le produce “pena“ en el sentido de solidaridad: “De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan (de estos luteranos en especial, porque eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia), y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece, cierto, a mí que, por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana” (V 32.6). De la solidaridad nace la fuerza para llevar a la acción algo que ayude a los demás “aprovechar almas”. El sentido último de la acción terminaremos de entenderlo en M 7.4.
Aún más, “la compasión”, consecuencia de la pena solidaria: “Miro que, si vemos acá una persona que bien queremos, en especial con un gran trabajo o dolor, parece que nuestro mismo natural nos convida a compasión y, si es grande, nos aprieta a nosotros. Pues ver a un alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No hay corazón que lo lleve sin gran pena. Pues acá con saber que, en fin, se acabará con la vida y que ya tiene término, aun nos mueve a tanta compasión, estotro que no le tiene no sé cómo podemos sosegar viendo tantas almas como lleva cada día el demonio consigo“ (V 32.6).
Piensa qué puede hacer (V 32.9), nace de otra persona el deseo de crear un monasterio nuevo (V 32.10), en la oración descubre que “Cristo andaría con nosotras” (V 32.11) y se lanza a la aventura. Está preparada para enfrentarse al sufrimiento, bien unida a la Cruz de su Señor Jesús, “Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien que es pasar trabajos y persecuciones por El, porque fue tanto el acrecentamiento que vi en mi alma de amor de Dios” (V 33.4), “venía a pasar gran cruz” (V 35.10).
No quiero alargarme más. Creo conveniente añadir algunos comentarios en un próximo post. Si quienes han llegado hasta aquí deciden leer los textos de Teresa buscando la aplicación a sus vidas, descubriendo sus penas y glorias, sus infiernos y sus cielos, espero que estas líneas les hayan servido de introducción.
(La foto es la primera fotografía de un agujero negro en el cosmos// La música de Bach, el final de la Pasión según san Mateo)
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