
Paralelamente a lo dicho ayer, en los años 70’ del siglo pasado se celebraron dos congresos de Criminología, en Jerusalén y Frankfurt . Los mejores especialistas del mundo se reunieron y tomaron una decisión importante. La criminología había tenido una evolución a lo largo de los siglos; primero se ocupó del delito, después del delincuente, en los tiempos actuales debía centrarse en la víctima. Ahí nació una nueva ciencia desgajada de la criminología: la victimología.
Entre los participantes se encontraba el jesuita Antonio Beristain, catedrático de criminología y especialista en la nueva ciencia de las víctimas. Lo poco que sé en la materia se lo debo a sus libros y a diversas conversaciones telefónicas y por correo, debidas a una articulo que escribí en contra del grupo terrorista ETA (“La cruz ensangrentada”), y a una pequeña reflexión en contra de los obispos vascos que nunca debió ver la luz (“Los muertos siempre vuelven”). A pesar de las constantes amenazas de muerte por parte de ETA, y de los enfrentamientos con su obispo, mi maestro nunca cedió, siempre exigió justicia y reparación para las víctimas.
Uno de los principios comunes entre los criminólogos decía así, “in dubio pro reo” (en caso de duda a favor del reo), don Antonio la extendio a “in dubio pro victima” (en caso de duda a favor de la víctima). Las consecuencias de la nueva ciencia no se hicieron esperar y en 1985 la ONU hizo pública una declaración sobre las víctimas, continuación de la declaración sobre los Derechos Humanos de 1948. En ella encontramos la definición de víctima:
“Declaración sobre los principios fundamentales de justicia para las víctimas de delitos y del abuso de poder
Adoptada por la Asamblea General en su resolución 40/34, de 29 de noviembre de 1985
A.-Las víctimas de delitos
1. Se entenderá por “víctimas” las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los Estados Miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder.
2. Podrá considerarse “víctima” a una persona, con arreglo a la presente Declaración, independientemente de que se identifique, aprehenda, enjuicie o condene al perpetrador e independientemente de la relación familiar entre el perpetrador y la víctima. En la expresión “víctima” se incluye además, en su caso, a los familiares o personas a cargo que tengan relación inmediata con la víctima directa y a las personas que hayan sufrido daños al intervenir para asistir a la víctima en peligro o para prevenir la victimización.
3. Las disposiciones de la presente Declaración serán aplicables a todas las personas sin distinción alguna, ya sea de raza, color, sexo, edad, idioma, religión, nacionalidad, opinión política o de otra índole, creencias o prácticas culturales, situación económica, nacimiento o situación familiar, origen étnico o social, o impedimento físico“.
La Iglesia comprendió desde el principio la importancia que tenían los pobres para los seguidores de Cristo. Su colaboración ha sido ingente a los largos de los siglos y lo sigue siendo. Por el contrario, hasta hace muy poco se negó a reconocer que nuestra institución fuera capaz de generar víctimas, con las consecuencias nefastas que ha tenido, para las víctimas en especial, y para todo el Pueblo de Dios, como podemos comprobar un día tras otro en la prensa.
Ante esta situación tan penosa soy partidario de:
– leer con detenimiento la carta enviada por el papa Francisco al Pueblo de Dios la semana pasada (la encontraréis en el muro el día 21 de agosto, a nombre de María del Carmen), donde por vez primera -que yo sepa-, se reconocen tres tipos de abusos a las víctimas: sexuales, de poder y de conciencia.
– Leer cuando podáis con serenidad cualquiera de las cuatro versiones de la Pasión de Cristo en los evangelios, con un ojo puesto en vuestro propio sufrimiento y el otro en las víctimas del mundo.
– Incorporar a los escritos de Teresa sobre la cruz, este nuevo paradigma, desconocido en su tiempo.
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