Antes de tratar de la conversión de santa Teresa hemos de ofrecer algunas notas sobre nuestra propia conversión.
No estamos perdiendo el hilo de la conversación: el gusano de seda nos adentra en la conversión de la segunda mitad de la vida. Y eso precisamente es lo que vivió santa Teresa y nos dejó explicado en el capítulo 9 de Vida.
Lo trataré en diversos apartados: ¿Qué es la conversión?; la conversión en la Biblia; la conversión en la segunda mitad de la vida; la segunda conversión según Tauler.
1.- Qué es la conversión
La “conversión” tienen muchos significados. “En sentido general indica cambio de vida, dejar el comportamiento habitual de antes para emprender otro nuevo; prescindir de la búsqueda egoísta de uno mismo para ponerse al servicio del Señor. Conversión es toda decisión o innovación que de alguna manera nos acerca o nos conforma más con la vida divina” .
No es algo que se realice de un día para otro. Es un proceso lento que conduce a un cambio de vida radical. La persona debe superar su actitud de amor posesivo o narcisista, volcado enteramente en sí mismo, y pasar a un AMOR DE DONACIÓN, que se expresa en el servicio a los demás. El yo que se asoma a la vida encerrado en poseer personas y cosas para su propio beneficio, debe convertirse al don de sí en favor de la comunidad.
La adquisición de este nuevo estilo de vida es don de Jesucristo y tarea nuestra, entregando nuestro yo viejo y recibiendo de Jesús su forma de vida. Dios no nos priva en esta operación de nuestra libertad. Al contrario, asume nuestra condición, la restaura y nos la devuelve enriquecida.
Para llevarla a cabo, Dios se sirve de nuestras relaciones humanas; la capacidad de amar está dentro de cada uno. Dios se sirve de la mediación de otras personas para ir enseñándonos el amor de donación. En la inmensa mayoría de los padres el amor de oblación, o donación, lo tienen por vocación; son los cooperadores naturales de Dios, de la promoción en nosotros de la dimensión afectiva.
Sobre este fondo, el crecimiento en el amor cristiano participa del amor existente entre las Personas divinas. Lo despierta y promueve el Espíritu Santo.
2.- La conversión en la Biblia
La conversión en la Biblia se deriva de las características de Dios. Yahvé es un Dios único, todo santidad, es el Justo (Lv 12, 44-45; 19, 2, etc ; 1 Pedro 1, 15-16, etc). Es también bondad, ama sin excepción a cada una de sus criaturas, como un artista (Sab 11, 23-26; 2 Pedro 3, 9; 2 Tim. 2, 4); es más Padre que ninguno de los padres de la tierra (Mt 23, 9).
De las dos perfecciones de Dios, santidad-justicia y amor, una reclama castigo si se viola, y la otra misericordia. Su bondad exige una verdadera conversión, rendición del hombre, porque no puede tolerar un desorden cometido con plena conciencia. Desea la reconciliación más que el culpable, aunque no admite el perdón que a condición de renunciar absolutamente a los diversos ídolos, a la magia y a todas las faltas morales y rituales; examina los corazones y exige estar conformes con la Ley (Ps 7,10; Jer 17,10, etc ; Apoc. 2,23).
En el Antiguo Testamento se trata con frecuencia de crímenes contra la nación, contaminado por cultos y costumbres de sus vecinos idólatras, por ejemplo, el sacrificio de niños, el asesinato, las injusticias en general, el enriquecimiento desmedido, el egoísmo, la falta de atención a los más débiles, etc.
La vuelta a Dios implica una conversión moral: “Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; y él tendrá piedad” (Is 55,7). Los profetas inciden en esto sin cesar. Es explicado con detalle el arrepentimiento de David en 2 Samuel 12,17-23 y los salmos de penitencia (6, 31, 37, 50, 143). El penitente debe tener un cambio profundo y al mismo tiempo debe suplicarlo: “Límpiame con hisopo del pecado, lávame hasta quedar más blanco que la nieve (…) Crea en mí, Dios, un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, ni me quites tu santo espíritu; devuélveme el gozo de la salvación, afiánzame con un espíritu generoso” (Sal 50, 9 y 12-14).
Yahvé se relacionó con su pueblo de dos maneras: A través de una Promesa de amor infinita hecha a Abraham y, por medio de una Alianza establecida con Moisés en el Monte Sinaí. La primera sin contraprestación, Promesa de amor eterna; la segunda, con una moral a cumplir de forma obligatoria para mantener la Alianza. El cristianismo optó por preferir la primera, sin menospreciar la segunda. Cristo trajo el amor incondicional y lo ofreció gratuitamente. Nuestra respuesta consiste en una conversión radical a la forma de vivir propuesta por Jesucristo.
La misericordia divina está presente con fuerza en el Antiguo Testamento. Los textos son múltiples (Ez 18, 23, 32; Ez 33, 11-16; cf 18, 5-32 ; Is 55, 7 ; Sab 11, 23-26 ; 12, 15-22, etc).
En el A.T Dios es Padre con entrañas de madre. Es Padre, no solo como consecuencia de una sociedad patriarcal, sino porque la experiencia dicta que es más fácil que falle el hombre que la mujer. Ahora bien, una paternidad que ha asumido por completo las entrañas maternas; Dios proclama más sensibilidad y piedad que una madre: “Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada, tus muros están siempre ante mí” (Is 49,15).
Habla como una amante apasionado, incluso cuando reprocha algo (Is 54, 6-8; Ez, 16; Os 2, etc). Su perdón es capaz de llegar al olvido completo de las equivocaciones (Is 43, 25; 38, 17); de borrarlos como una nube que desaparece (44,22); de volverlos blancos como la nieve (1,18) y de tirarlos al fondo del mar (Miqueas 7,19).
Ejercer libremente su misericordia es la mayor de sus alegrías (Ex 34, 6-7; Num 14, 18; Miqueas 7, 18). Eso sí, reivindica su poder para cambiar nuestros corazones (Os 14, 4-6; Is 57, 15-19; Jer, 24, 6-7; 31, 31-34; 32, 39-41, etc). Solo un Dios, amor infinito, es capaz de llegar tan lejos en su misericordia.
En el Nuevo Testamento, la perspectiva cambia, las conversiones son individuales en la mayoría de los casos. Su objeto no es el cumplimiento de la Ley sino la fe en Jesucristo, de su doctrina, de su forma de vida, de su unión a la Iglesia (Lc 10, 16; Mt 18, 17). Las recompensas son de orden espiritual, la participación en la vida y la felicidad del propio Hijo.
Las características de Jesucristo acerca de la conversión son las siguientes: Una maravillosa mezcla de prudencia, bondad y firmeza. Las exigencia de la nueva Ley que él representa no son las mismas para todos. Se dan a conocer en relación con el grado de seguimiento que se le va a exigir a la persona convertida. Él es el Mesías y el Hijo de Dios. La observación sobre las duras sanciones del más allá; y una bondad infinita ante las miserias humanas, y en consecuencia una gran ternura hacia los pecadores.
Vino a la tierra a salvar, no a juzgar (Lc 9, 56; Jn 3, 17; 10, 10; 12, 47). Se inspira en la misericordia del Padre con la imagen del pastor que carga a sus espaldas la oveja perdida (Lc 15, 1-7; Lc 15, 11-32; Mt 18, 12-13; Lc 15, 8-10).
Nos deja ejemplos admirables de su facilidad y alegría cuando perdona (Jn 8,2-11; Lc 23,39-43; Mc 16,9; Jn 21, 15-17. Facilidad para perdonar que deben imitar sus discípulos hasta setenta veces siete (Mt 18,22).
La conversiones de Cristo o sus discípulos son numerosas. Además de las citadas recordamos: Nicodemo, Zaqueo, el ciego de nacimiento, la samaritana, el centurión en el calvario; la de san Pablo, la del eunuco etíope, Cornelio; conversiones en grupo después de la resurrección de Lázaro (Jn 11,45), después de la aparición en Galilea (Mt 28,17), en los días que siguieron a Pentecostés, como consecuencia de la predicación de Pablo, etc.
La naturaleza de la conversión. La conversión es el paso de las tinieblas a la luz (Jn 1, 4-9; 12, 35; He 26, 18; Ef 5, 8 ; 1 Tes 5, 4-10 ; 1 Pedro 2, 9, etc); de la vida según la carne a la vida según el espíritu (Gal 5, 15-26; 6, 8; Rom 8, 1-13; Col. 3). De manera más profunda es un nuevo nacimiento (Jn 3,6), que nos hace pasar de un estado de muerte a una vida radicalmente nueva (Jn 5,21-29), participando de la misma vida de Dios (Jn 3, 36; 5, 24, 26, 40; 6, 40-47; 10, 10, 28; 1 Jn 3, 1-2; 2 Pedro 1, 4); es la muerte al hombre viejo y la aparición de un “hombre nuevo” resucitado con Cristo (Rm 6, 4-16; Ef 4, 22-24; Col. 3, 1-14), destinado a participar de las alegrías eternas.
Las condiciones de la conversión. Las exigencias para obtener la “regeneración” son triples;
a) La fe en Jesucristo, es decir, la aceptación de sus enseñanzas sobre Dios, sobre su propia persona, sobre todo lo que concierne a la salvación: “Si no creéis que Yo soy, moriréis por vuestros pecados” (Jn 8,24; 3,15,18,36; 5,24; 6,29,40; 12,44-50; 16,9, etc.). “Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará” (Mc 16,16; 1,15);
b) La aceptación integra de sus preceptos, al menos el firme propósito de guardarlos, como Él mismo, para permanecer en el amor del Padre, guarda sus mandamientos (Jn 15,10, etc.).
c) La primera “justificación” (salvación) nos llega por el bautismo.
3.- La segunda conversión, o conversión a la vida mística
Escribía Clemente de Alejandría: “Me parece que existe una primera conversión del paganismo a la fe, y una según de la fe a la gnosis”. La gnosis es el cumplimiento ya especulativo ya práctico de la fe. Los espiritualistas han recogido la afirmación de Clemente Alejandrino, insistiendo en el hecho de que el cristiano está llamado a experimentar una segunda conversión.
En general, la segunda conversión indica dedicarse uno por entero a la perfección, entregar la voluntad que, de manera irrevocable, quiere progresar espiritualmente, enfrentándose a cualquier sacrificio; el hecho de buscar únicamente lo que agrada al Señor y cumplir su voluntad. El alma no se contenta con permanecer en el hábito de una conducta honestamente buena, ni dentro de una práctica virtuosa mediocre. Ambiciona ponerse en camino espiritualmente experimentando la práctica de lo mejor.
Si en la primera conversión el cristiano se capacita para vivir por la gracia en Cristo y para expresarse siguiendo una conducta moralmente honesta, en su segunda conversión no atiende ya al esfuerzo de vivir en armonía con la ley moral el alma aparece toda inmersa EN LA EXPERIENCIA DEL MISTERIO PASCUAL DE CRISTO. (Lo pongo entre mayúsculas, porque es así en santa Teresa. Vivir las cuatro últimas moradas es participar del misterio pascual de Cristo).
La palabra del Señor y la participación en su hecho salvifico se perciben no ya como una realidad de fe a la que prestar adhesión, sino como hecho interior del que uno se siente íntegramente partícipe. Se gusta el misterio del Señor como interiorizado se entiende la vida cristiana como un carisma presente en la propia intimidad, se capta el sentido del amor caritativo gustado en su novedad.
La segunda conversión es una iniciación a la vida mística, por lo cual san Pablo podía afirmar: “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí” (Gal 2,20).
4.- La segunda conversión en Tauler
La perspectiva de Tauler coincide con lo sucedido a Teresa, de ahí que tengamos que dedicar unas líneas. La segunda conversión de Teresa coincide con la cuaresma de 1554, cuando tenía 39 años. Tauler repite con frecuencia en sus escritos la importancia de la crisis de los cuarenta y sus consecuencias espirituales hasta los cincuenta.
Tauler comenta en un sermón titulado “Liberación” la carta a los Ef 4,8: “Subiendo a la altura llevó cautivos y dio dones a los hombres”. En la vida terrena el hombre está cautivo, encarcelado, de varias esclavitudes. Cristo abrió las prisiones, realiza en nosotros una ascensión dándonos dones.
La primera esclavitud es un amor desordenado a las criaturas, personas o cosas, cada vez que las amamos con olvido del Creador. Son gentes que viven en peligro, el demonio produce en ellos una paz aparente.
La segunda esclavitud es el amor a sí mismos. Les sucede los que se han liberado de la esclavitud de las criaturas y bienes materiales, pero caen en un amor excesivo a ellos mismos. Buscan “en todo su interés, no el de los demás, su utilidad, su placer, su consolación, su comodidad, su honor. De tal modo se hunden en su propio yo, que le buscan en todas las cosas, incluso en Dios, porque no buscan nada fuera de sí”.
“Su espíritu está dominado por la propia voluntad de hacer su capricho utilizando además razonamientos sutiles para justificarlo”.
“Se crean tantas necesidades que de todas las cosas se apropian a lo largo y a lo ancho. Amigos de finezas y remilgos hacen que todos estén a su servicio. Si ocurre alguna desgracia en sus posesiones, comodidades, amistad, consolaciones, Dios ya no les sirve”.
La tercera esclavitud es el racionalismo. La razón se enorgullece y todo lo que hacen es por ostentación. Las enseñanzas de Cristo las interpretan para su beneficio. “La luz natural se proyecta hacia afuera: orgullo, complacencia, alabanzas que otros les tributan, disipación de sentidos y del corazón. En la luz divina, en cambio, hay tendencia en guiar al hombre hasta el fondo, le hace verse pequeño, el más vil, el más débil y ciego. Y con razón, porque si hay en ellos algo de valor todo les viene de Dios”.
La cuarta esclavitud, los gustos espirituales. Son gentes que buscan a Dios por los consuelos espirituales que reciben. “No es el vivir entre consuelos camino seguro de salvación“.
La quinta esclavitud es la propia voluntad. Quiere el hombre que Dios se someta a su propia voluntad. Este tipo de personas no aceptaría que Dios les curara de sus vicios y miserias. Lo rechazaría porque esa no es su voluntad. “Por tanto, es preferible mil veces un hombre de perfecto abandono con obras obras en el exterior que otro con maravillas egoístas, altas especulaciones y grandes proyectos , pero que no se abandona en el Señor”.
De la humanidad a la divinidad. El Maestro les dijo a los discípulos que convenía que se fuera. La muerte les entristeció. “Era el primer paso para la divinización. Cuarenta días debieron esperar para que Cristo subiera a los cielos y levantase consigo el espíritu de sus amigos haciéndolos más divinos. Debieron esperar otros diez días para recibir el Espíritu Santo, el verdadero consolador. Los diez días aquellos son para nosotros diez años”.
Los cuarenta años. “El hombre no hallará paz verdadera hasta los cuarenta años de edad. No será en su corazón un hombre celestial antes de haber cumplido dicha edad”.
Hasta los cuarenta años “es el yo quien domina cuando se creía que era Dios. No se puede quemar etapas, no puede el hombre antes de tiempo llegar a la Paz verdadera y perfecta y hacerse del todo celestial. Solo es posible por la gracia de Dios.
Diez años más. El hombre debe esperar aún diez años más para que le sea dado el Espíritu Santo, el que enseña todas la cosas sobre Dios. Los apóstoles esperaron diez días, nosotros diez años. “El Espíritu Santo le será dado de modo más noble, que les enseñe toda la verdad en cuanto es posible aquí alcanzarla. En estos diez años, si el hombre ha llegado a la vida divina y la naturaleza está vencida, llegará a recogerse, a sumergirse, a fundirse en el sumo y purísimo bien de la divinidad”.
(La metodología se denomina, “El arte de bien copiar”, que pronto voy a patentar. Varios autores no los cito, ni tampoco algunas ideas mías que están entre líneas. La primera parte sigue a T. GOFFI, en Nuevo diccionario de espiritualidad; la tercera reproduce literalmente algunos párrafos del mismo autor. Para la parte bíblica, la segunda, he seguido en la voz “Conversión” a Henry PINARD DE LA BOULLAYE, en el diccionario de espiritualidad francés; y a Jacques GUILLET en la voz “Metanoia”. Para el cuarto punto de Tauler, sigo sus “Instituciones, temas de oración, editadas por TEODORO H. MARTÍN en 1990, pp. 263 y ss. Resumen del sermón “In ascensione Domini II”, segundo sermón de la Ascensión. El regalo de esta edición por Teodoro y las sucesivas conversaciones, iluminaron mi caminar por estas sendas apasionantes de la mística. Una gran parte de su vida la dedicó a hacer accesibles para el Pueblo de Dios a los grandes maestros que influyeron decisivamente nuestros místicos del siglo XVI ).
2 Comentarios
Muchas gracias por sus escritos que nos llenan de deseos de Dios y nos explican cosas que se viven muy dentro con el Señor.
Querida Checira: Tu mensaje me anima a seguir adelante, intentando hacer accesible a todos a santa Teresa. Cualquier indicación que hagas, me ayuda a seguir prestando este pequeño servicio. Un fuerte abrazo